Timbuktu III: Un plan

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Venía siendo el día más largo de la historia y no veía la hora de estar en mi cama. Pero había un problema: no podía llegar a casa sin un plan. Me di cuenta de eso a dos cuadras de mi calle.
Había deshecho los planes que mis padres tenían para mi. Tenía llegar a casa con una nueva estrategia, decirles que tenía las cosas resueltas, aunque fuese mentira. Por más que me encantaba la idea de cuidar a Kiara y tener mi mente ocupada durante seis horas al día, eso no sería suficiente. Ya podía escuchar a mi madre diciendo que no podía ser niñera toda mi vida. Necesitaba un plan o la fuerza suficiente como para decirles que no tenía uno, y no tenía ninguna de las cosas.

Estacioné en un parque a varias calles de mi casa y me senté en uno de las bancos del escondidos entre los árboles, de los favoritos de las parejitas melosas. Una parte de mi estaba feliz de sacarles el lugar. Sabía que tenia que pensar en algo, pero mi mente se había tomado demasiado en serio lo de permanecer en silencio y no lograba formular ninguna idea, o reflexión, o lo que fuera. Tan en silencio estaba, que me asusté cuando escuché sonar mi celular. ¿En qué momento le había subido el volumen? Miré la pantalla, esperando ver el número de alguno de mis padres, pero no, no era ninguno de ellos.

-Hola – respondí.

-No me mandaste nada – me reprochó la voz de Tina desde el otro lado del auricular.

-¿Eh?

-Creí que teníamos este acuerdo tácito  en el que un día yo te mandaba algo y al otro vos. Ayer fui yo y hoy te tocaba.

Sonreí, mientras me tapaba la cara con una mano para que el sol no me molestara.

-Sí, perdón, tenés razón – admití –. Es solo que... fue un día raro.

-¿Qué tanto?

Volví a sonreír, aunque creo que era la misma sonrisa que nunca se había ido. A mi derecha vi acercarse a dos adolescentes abrazados, que, en cuanto me vieron, levantaron la mirada para buscar otro lugar y siguieron de largo.

-¿Estas ocupada? – le pregunté.

-Estoy saliendo de estudio de danza ¿por?

No sé por qué, porque yo no suelo depender del contacto con otras personas, pero quería verla. Se me hacia una vida entera desde que estuvimos ayer en el balcón. Estar con ella me hacia ser un poco de la persona que quería ser, que sabía que era. Tal vez estar con ella ahora me haría sentir así y tendría la suficiente fuerza para decirles a mis padres que no tenia un plan.

-¿Podrás venir a un lugar? Ahora.

La escuché tomar aire. Por varios segundos, en los que creí que diría que no, no respondió. Pero al final dijo:

-Seguro. Pasame la ubicación y voy.

-Fijate, si esta muy lejos no es necesario.

-No, no. Ahí voy a estar. ¿Paso algo?

-Te dije, día raro.

Nos despedimos y esperé. No tuve que esperar mucho porque en menos de veinte minutos estuvo en el parque. Desde donde yo estaba ella no podía verme (por algo era el lugar favorito de las parejas melosas), pero yo podía verla a la perfección: llegando en su moto negra, quitarse el casco y arreglarse el pelo cobrizo, todo en cámara lenta, como cuando en una película llega la más sexy del elenco. Y a Tina, o Cati, le quedaba muy bien el papel de la chica sexy. Era de estatura promedio y los años de danza se notaban muy bien en toda su figura, tenía uno de esos cuerpos que no son perfectos para un marca de ropa interior, sino perfectos para el mundo real; sus ojos castaños eran grandes y divertidos; su nariz pequeña y algo respingada le daba cierta elegancia a un rostro que no nació para ser elegante, en un buen sentido, claro; y sus labios rosados, ni finos, ni gruesos, parecían estar en una sonrisa permanente, como si fuera una maldición para ella, pero una bendición para todos los demás.

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora