Mejor que las zapatillas con luz

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Mi época favorita del año es, fue y siempre será esas dos semanas de Navidad y Año Nuevo. En todos lados las personas se preparan para celebrar, para pasar un buen rato con la gente que quieren, se siente la expectativa en el aire y hasta algo de esperanza. O tal vez ví muchas películas, porque la realidad, al menos en mi casa, es muy diferente.

Cada año viene toda mi familia, la materna en Navidad y la paterna en Año Nuevo. Mi mamá se levanta temprano a cocinar más comida de la necesaria y yo me convierto en su esclava personal. Ayudar no me molesta, amo los preparativos,  el problema era mi mamá. Siempre entra en un ataque de histeria tras otro y lo que deberían ser días alegres y de fiesta terminan siendo los días más estresantes del año. Para empeorar las cosas, este año, por alguna razón que desconozco, mis padres decidieron juntar a las dos familias el mismo día, lo cual significaba el doble de todo: compras, comida, regalos, orden, vajilla, estrés, caos.

Esperaba que cuidar a Kiara me salvara de todo esto, pero Tamara no trabajaba e iban a aprovechar para ir temprano a casa de sus suegros. Podría haber mentido, decirle a mi mamá que tenía que ir y huir a Dinamarca, mas no podía dejarla sola con todo esto, la conciencia no me lo permitiría. Así que me quedé en casa con mi madre.

Si hay algo en lo que soy un desastre es en la cocina y mi madre lo sabe, por lo que mis tareas designadas fueron: compras y orden. Tampoco se me daba bien el orden, pero era más fácil barrer que condimentar la ensalada rusa. Pasado el mediodía, nos sentamos a almorzar en la cocina, para lo que recalentamos la cena del día anterior. Mi mamá se puso a enumerar todo lo que había hecho y lo que faltaba por hacer.

- ¿Ya viste si nos alcanzan los lugares? -me preguntó preocupada.

- Sí, ya te dije que estamos bien. Pero si tanto te preocupan los lugares, podemos cenar en el quincho, ahí seguro entramos.

- Ay, no -exclamó asqueada -. Hace calor y todo se llena de bichos.

- No entiendo por qué hicieron un quincho si nunca lo usamos -me quejé, aunque en realidad pensaba en voz alta.

- Ya lo sé -coincidió mi mamá -. Hace rato le dije a tu papá de cerrarlo y ponerle un aire acondicionado, pero dijo que para estar encerrado se quedaba en la casa.

- ¡Y tiene razón!

- Si tanto querés usarlo, podés festejar tu cumpleaños ahí. No falta mucho ¿sabés qué vas a hacer?

- No -contesté, revolviendo los fideos pegoteados de mi plato.

Era verdad, faltaba muy poco para mi cumpleaños. Desde que terminé el secundario y dejé de ver a esas falsas amigas de colegio, ya no planeé ningún festejo. Quizás hacía algo con Tamara, pero rara vez. A veces venía algún familiar, pero no le daba mucha importancia. Ahora, en cambio, tenía más amigos con quien celebrar, mas no los invitaría a mi casa a ser juzgados por mi madre.

- Deberías, así conocemos bien a ese chico con el que salís.

¿Qué? ¿Cómo se había enterado ella de eso? ¿Por qué quería conocerlo? Apenas hacía una semana que empezamos a salir y todavía se sentía raro decir que estábamos "saliendo". Aparte de que ella ya lo conocía.

- ¿Qué? -exclamé - ¿Cómo te enteraste de eso? 

- Una madre sabe. -se encogió de hombros.

Sí, una madre sabe chismear.

- Ya lo conocés -le dije.

- Sí, pero... ahora es el novio de mi hija, requiere otra presentación.

Apreté los párpados, avergonzada.

- Mamá, él no es mi novio ¿si? Salimos tres veces, eso es todo.

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora