La mañana del 31 de diciembre me desperté con ganas de que ya fuera medianoche y terminara este año. Aunque para Sandra eso de "fin de año" era solo un estado mental y que nada cambiaba del 31 al primero, para mí la llegada del nuevo año significaba un punto de no retorno. A partir del 2019 ya no estudiaría medicina, a partir del 2019 ya no intentaba complacer a todo el mundo, ni cumplir con sus expectativas, ni tenía un plan para mi vida. A partir del 2019 dejaba atrás a esa Ana que todos creían conocer y daba lugar a esta Ana con intentaba descubrir quién es.
Como ya habíamos recibido a toda mi familia en Navidad, decidimos que Año Nuevo seríamos solo nosotros tres: mi mamá, papá y yo. Debo admitir que fue mucho mejor de lo que imaginaba. Al parecer eso de querer cumplir expectativas lo heredé de mi madre, pues, sin la presión de impresionar a su familia o la de mi papá, estaba mucho más relajada y tranquila. Mi papá no solo hizo asado, sino que me enseñó a hacerlo y tampoco sirvo para eso, aunque sí demostré talento para encender el fuego, debo tener una pirómana dentro. Charlamos toda la cena sobre su renovación de votos, que sería en unas pocas semanas. Mi mamá estaba radiante contándome todo lo que había pensado.
- Pero ¿te casás o cumplís quince? -le pregunté al escuchar todos sus planes.
- Ay, es una renovación de votos -respondió -. Es un festejo simple, pequeño.
- No es eso lo que estas contando -replicó mi papá.
- Bien -dijo ella -, no hacemos el video de fotos.
- ¿Y los jabones con sus nombres? -cuestioné.
- ¿Qué tienen? Me parecen un lindo detalle.
- Son inútiles -opinó mi papá.
- Ay, ustedes no entienden nada de estas cosas -se quejó -. Nuestro casamiento lo planee todo yo y vos, Ana, me vas a entender cuando te cases.
Si, corregí para mis adentros.
Llegada la medianoche brindamos y salimos a la vereda a mirar los fuegos artificiales. Amaba los fuegos artificiales, eran lo más cercano a la magia que había visto. Si tan solo pudieran inventar unos que no hicieran tanto ruido, sería genial: a Diablo lo encontré asustado, escondido debajo de mi cama y me costó mucho convencerlo de que saliera.
Antes de la una y media ya estaba en la cama, sin ninguna sensación de que "algo nuevo" hubiese empezado. Estaba convencida de que nada interesante iba a pasar estar noche cuando me llamó Matias.
Lo primero y único que se escuchaba era música fuerte. ¿Este dónde estaba?
- Tenés que venir a la pensión -gritó sobre el ruido -, hay alta fiesta.
- Ya estoy en la cama -respondí, aunque en realidad la idea de ir a una fiesta llamaba mucho mi atención.
- ¿Qué? No se escucha nada.
- Que estoy en la cama -repetí algo más fuerte.
- No te escucho un carajo, pero seguro ya estás en la cama. No seas aburrida y vení para acá.
Y cortó antes de que pudiera replicar.
Volví a apoyar la cabeza en la almohada, pero ya no quería dormir. Me levanté y busqué algo que ponerme ¿cual era el vestuario para una fiesta en una pensión? Ya fue, será un short de jean y zapatillas, no me iba a complicar la existencia por esto.
Llegué al living y me pregunté si debía avisarles a mis padres. Ya podía escuchar a mi madre decir "¿Salir? ¿A esta hora? Volvé a dormir." No, mejor no decía nada y les dejaba un lindo mensajito que verían cuando se despertaran. Pero mi plan falló.
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Mi mundo real
SaggisticaAna siempre fue lo que esperaban que fuera: una chica recatada, catequista, que participa activamente de su parroquia y estudia Medicina como su padre. Nunca estuvo conforme con esa vida, pero siempre tuvo demasiado miedo de cambiarlo. Entonces ll...