Todo, absolutamente todo, era un desastre. Y sabía muy bien de dónde venía, porque mi desastre tenia nombre, bueno, sobrenombre: Tina.
Después de la tarde en su apartamento intenté seguir con mi vida, pretendiendo que nada desastroso había pasado, pero no podía hacerlo. Por fuera, hice lo que me propuse, seguí con mi vida normal, tan normal como se encontraba entonces. Pero por dentro, no paraba de recordarla cerca mío. Todavía podía sentir la caricia de sus dedos, su respiración sobre mis labios, y a mi, paralizada, deseando que todo eso pasara de una vez. ¿Se entiende porque era un desastre? Yo quería que eso hubiese pasado, que todo hubiese pasado. Mi corazón latía rápido y mi respiración se detenía, y otra vez me paralizaba, perdida en el recuerdo de ese momento.
- Cabeza de enamorada. - dijo Tamara, al ver que no le prestaba atención, luego de que volvió de trabajar - ¿Algo que le quieras contar a tu amiga?
- ¿Qué? No, nada que ver - negué enseguida sin lograr convencerme ni a mi misma. - Solo... - empecé a decir.
- ¿Si?
- No, no es nada.
- Como quieras - se encogió de hombros.
Tan apabullada me sentía que no podía ni conducir. Los autos me tocaban bocina para que avanzara y dos veces casi choco por no notar lo que tenía delante. Me estacioné a un costado, intentando calmarme y convencerme de que nada pasaba. Vi hacia mi teléfono y noté que no había recibido ni un mensaje de Tina en todo el día.
Hoy le tocaba a ella, pensé.
E inevitablemente, no solo volví a pensar en lo que paso en su departamento, si no en ella. ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué estuvo tan cerca de...? Vamos Ana, yo sabía perfectamente que Tina era lesbiana, pero nunca pensé que a ella pudieran pasarle cosas conmigo, ¿o sí? ¿Pensé que podía pasarle algo conmigo?¿A mi me pasaba algo con ella?
No.
No. No. No. No.
La quería, pero a mi no me gustaban las chicas. Siempre me gustaron hombres, ¡estuve enamorada de Damian por tres años, por el amor de Dios!
¿Y por qué me pasaba todo esto? ¿Por qué me habría dejado besar por ella?
Porque soy una estúpida, fue la única respuesta que se me vino a la mente, y terminé golpeando mi cabeza contra el volante, frustrada.
Decidí salir a tomar un poco de aire. Todavía no estaba lista para volver a mi casa y encontrarme con la mirada de desaprobación constante de mi madre. Estaba cerca de la plaza de la iglesia, y casi por instinto, fui para allá. Entré escuchando el eco de mis pisadas recorrer el lugar. Por suerte, no había nadie. Y me senté en uno de los bancos del medio.
Más allá de rezar o no, la iglesia siempre fue mi lugar. Ese al que iba cuando necesitaba pensar o simplemente estar en un lugar lejos de todo, y era muy fácil sentirse lejos de todo ahí adentro. A penas cruzabas las puertas, entrabas a un mundo quieto, frío, silencioso, apagado, si no había sol, o colorido, cuando la luz pasaba por los vitrales. Sí, no suena como un lugar bonito, pero era lo más parecido a escaparme del mundo que había encontrado.
Me quedé en silencio y obligué a mi mente a quedarse así también. Miré hacia delante, a la tenebrosa y demasiado detallada cruz, situada al centro y a lo alto del altar. Casi esperé que me diera alguna respuesta, pero, claro, nada paso. Solo que alguien se sentó al lado mio. Giré la vista y me sorprendí al ver a Matias. ¿Ahora qué?
- ¿Hola? - dije.
- Hola - me saludo.
Volví a mirar a adelante, esperando que eventualmente se fuera. Pero no lo hizo.
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Mi mundo real
Phi Hư CấuAna siempre fue lo que esperaban que fuera: una chica recatada, catequista, que participa activamente de su parroquia y estudia Medicina como su padre. Nunca estuvo conforme con esa vida, pero siempre tuvo demasiado miedo de cambiarlo. Entonces ll...