CAPÍTULO 23.

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Su nombre.

— ¡Hija de tu madre tenías que ser! —Amber me empuja con fuerza dentro de la habitación—. ¡TODO LO RESUELVES CON GOLPES!

—La cabeza llena de mierda, ¡Igual que tu padre! —escuche al otro lado del pasillo la voz de Anton regañando a Nayet.

Anton y Amber se cruzaron de brazos, alternando las miradas en nosotros. No sé quién está peor, o quien tiene más golpes, o quién bota sangra más, lo que si sabía es que parecíamos salidos de una pelea callejera.

— ¿¡Cómo es posible que hayan destrozado la sala en una hora?!

— ¡Y todavía lo preguntas! —Se quejó Anton—. Está claro que nunca los disciplinaron bien.

Nayet se pone en guardia cuando Anton va por él, pero lastimosamente Amber lo detiene.

— ¡Se quedaran en sus cuartos, no cenaran y se aguantaran los gritos de sus padres!

Nayet me miró como si me pidiera que cerrara la boca y no la cagara más. Respire hondo. Por lo menos valió la pena haberle roto el cristal en la espalda.

Quien me metió en su juego fue él, quien dio el primer golpe fui yo.

Me tire en la cama molesta. No sé qué me duele más, si las piernas, las costillas o los brazos.

Ignoro el mensaje que me envía. Si me quiere decir algo que venga, está a dos pasos de distancia.

—Si te vas a tocar pensando en mí, mínimo pídeme permiso.

Despegué la vista del teléfono y la enfoqué en la figura que se toma la habitación. Inevitablemente detalle su torso desnudo con rasguños mientras caminaba.

A diferencia de Garreth, su piel estaba libre de tatuajes, un poco bronceada y con la musculatura propia de un atleta, el pantalón de pijama le caía justo por la línea de la pelvis mostrando la fuerte flecha que lo hacía más sexy.

No moví ni un músculo cuando se acostó a mi lado.

—Nos regañaran más si te ven aquí—me senté y apoyé la cabeza en la pared con las rodillas contra mi pecho.

—Pregúntame si me importa—respondió divertido.

— ¿Te importa?

Resistí las ganas de reír.

—No—sacó su teléfono y yo me enfoque en el mío.

Tras un silencio en el que pensé que no diría nada más, lo mire teclear en su teléfono, pase los ojos por los hematomas de su pecho, las líneas hechas por mis uñas en su abdomen hasta llegar a...

— ¿Te gusta?

Me enfoque en la pantalla de su teléfono, decidida a no darle un doble sentido a su pregunta mal intencionada.

Se había dado cuenta.

—El azul no es tu color. Mejor te queda el verde.

—Me gusta el morado.

—En fin de año parecías una berenjena.

—Mi verga es una berenjena.

—¡Eres un cerdo!

Vuelve la vista a la tienda online. Me aferro a mis piernas opinando sobre la ropa que se compra hasta que nos cansamos.

¿Qué hora será?

Nayet dejó a un lado su teléfono y me tomó por sorpresa cuando se puso frente a mí.

— ¿Te pica el culo? —inquirí.

Las verdades de Debrah. |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora