CAPÍTULO 32.

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Abre los ojos Rafa.

—No me digan que es otro al que la novia lo dejó —cuestiona Antón, empinándose la cerveza.

—Si —Responde Nayet—. Dormiré aquí.

— ¿Perdón? —Amber lo golpea en el pecho, mostrándonos una sonrisa cariñosa.

Rafa detrás de nosotros no se movía, no hablaba. Seguía en shock y eso me lastimaba.

— ¡Mi niño! —Se le lanzo encima a Nayet para abrazarlo llenándolo de besos—. Qué bueno volverte a ver.

—Solo pasaron cinco días.

— ¡Que se me hicieron eternos!

—Tía, él es Rafa —lo presenta.

—Sí, ya me acuerdo de ti, el mismo que tapó el excusado la otra vez.

Presiono a Rafa para que responda y que así dejara de parecer un zombie al descubierto. Abro los ojos cuando el mueve la cabeza, pero la vergüenza no cabe en este momento.

Sus manos siguen escondidas en su espalda ya que había rastros de sangre seca que no podía ser quitada de otra que un baño.

—Ve a tomar una ducha —mis tíos se sorprenden y es cuando les explico—. Le cayó refresco encima, Nayet le prestara ropa.

Cuando nuestros tíos se van, Nayet y yo volteamos a verlo; le tiembla el labio, está más pálido que antes y presiento que en cualquier momento colapsaría.

— ¿En serio cagaste en casa de mis tíos? —cuestiona Nayet.

Le pego para que deje el asunto de la mierda para después.

—Rafa, ve a bañarte —le repito.

Por primera vez en la historia de la humanidad, Rafa Wells, el rebelde sin control no respondió, no refutó, simplemente obedeció.

La sumisión en él me parte el alma.

Me quedo en el ventanal junto a los girasoles marchitos y la escena se repite en mi mente, la silueta de la pistola quedó grabada en mis retinas y el estruendo del disparo en mis oídos.

Las expresiones del hombre eran nerviosas, analizo lo que dijo y lo único que entiendo es que no era a él a quien buscaban.

Y eso me enfurece, más por el hecho de que por fin entiendo sus palabras.

Arrojo la flor al piso y con eso mi paciencia, abro la puerta pillando la acción que tiene de cerrar la página de internet, girándose a encararme con la intención de echarme de su habitación.

— ¿Por qué ese tipo dijo que se acabó el tiempo?

—No lo sé —su respuesta me multiplica el enojo.

— ¿Y por qué te apuntaba a ti? —se levanta de la silla.

—Él no me apuntaba a mí.

—No estoy para esto, Nayet —cierro la puerta para evitar que nos escuchen—. Respóndeme, ten cojones y dime por qué...

— ¡Les debía dinero, okey!

Todo se me congela, el cuerpo, la lengua, el cerebro, todo. Decir que me quedé en shock es poco. Estaba petrificada, paralizada. No podía respirar.

Mis ojos estaban clavados en la maldita laptop que quería romper.

— ¿Di... dinero?

—La partida de póker, perdí.

— ¿La partida de póker? ¿Esa que juegas en internet? ¿¡La que te he dicho miles de veces que dejaras?!

Su silencio me apaga pues al no responder lo confiesa todo.

Las verdades de Debrah. |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora