Descansa en paz.
El desvelo me tiene las extremidades pesadas, estoy boca abajo con las sábanas encima y las almohadas en el piso, la cortina abajo sumergida en una oscuridad que ni los rayos del sol violan.
La garganta me arde al igual que los ojos, los siento hinchado producto del llanto de dos días. Desperezo sintiendo la figura del príncipe demonio parado frente a mí.
— ¿Anton sabe que te quedaste a dormir?
—No sé —Abro un ojo, viendo que se encoje de hombros—. Pero la cerveza que le robe se lo dejó claro.
Me quito las lagañas.
— ¿Qué quieres, Nayet? Son las —Prendo mi teléfono—cinco de la mañana. Ya no tenemos nueve años para dormir juntos.
—Si me meto contigo en la cama no sería para dormir.
Se tira de repente y mi cuerpo rebota en el colchón.
—Hoy es el entierro —acaricia mi espalda—. Eduardo nos dejara llegar tarde hoy.
—Qué lindo gesto de tu parte, pero quita tu mano de ahí —amenazo cuando siento su tacto bajar.
Se ríe con descaro.
—Cuidado y nunca te he tocado —una nalgada me hace dar un brinco—. O lamido... o metido.
—¡Estamos por ir al funeral de un muerto! —exclamo.
—Me intrigaría que fuera a la de un vivo.
—Madura —le pego con la rodilla, no lo deja pasar por alto y esta vez, la nalgada que me mete antes de levantarse si me duele.
Estoy tan agotada mentalmente que no quiero discutir.
—Vamos a un entierro, ten respeto.
—Entierro... Respeto... —analiza las palabras con una sonrisa perversa que me hace lanzarle una mirada de advertencia—, solo por hoy dejare pasar el comentario que tenía pensado. Báñate y mueve ese culo.
—Mimi isi culi —quito las sabanas a regañadientes buscando la ropa interior.
—Y otra cosa —me detengo en la puerta de mi baño privado—. ¿En qué momento me robaste?
Bajo la mirada a la cómoda chaqueta con estampado militar. Levanto el dedo con una sonrisa inocente, dando por hecho que hasta ayer fue su último día con ella.
Hasta que logre quitármela.
Me baño, lloro mientras me baño, salgo en toalla, echo a gritos a Nayet de la habitación, me visto, tomo fuerzas para lo que va a venir y cuando bajamos...
—Maldito duende —Anton rompe el vaso de cristal contra la mesa—. Agarra lo que se te dé la gana. La comida, la tele, mi carro, mi esposa ¡comete el papel cagado del baño si quieres! ¡PERO MI CERVEZA NO!
—Iré al funeral de Lala.
Nuestros tíos me miran después de dos días sin hablar. Por un momento Anton se calma pero sin quitarle el ojo a Nayet; Amber seca sus manos viniendo a abrazarme.
— ¿Funeral? ¿De quién? ¿Eso es lo que te tenía así de apagada?
Asiento.
—No pueden faltar a clases.
—Ya hablé con Eduardo —informa Nayet.
— ¿Sus padres lo saben?
Respondo junto con Nayet que se adelanta a sus protestas.
—Tía, por favor.
Esa simple palabra ablanda el corazón de Amber, dándonos su autorización, haciendo la promesa silenciosa de no decirles a nuestros padres y guardarnos el secreto.
Por el camino le mando un mensaje a Garreth, otro al tío Eduardo dándole las gracias.
—Solo haces esto para enmendar el ser un hijo de puta mandado por el diablo.
—Que bonitas palabras, en serio, me conmueves —hace un gesto teatral—, pero jamás te pedí perdón.
—No es a mí a la que deberías pedírselo de todas formas —aclaro—, sino al chico que ha estado para ti durante siete años y arriesgó su vida para protegernos.
Lo más sabio que supo hacer fue quedarse callado, aguantarse mi bronca porque sí, sigo dolida; porque si eso se lo hizo a su mejor amigo ¿Qué no me hará a mí que ha intentado asesinarme desde que tengo memoria?
El lugar a donde llegamos abre sus rejas, enormes y delgadas. Hay mucha gente para ser un día de semana; no tengo idea de a dónde vamos exactamente. Conduce, gira y se detiene.
—No es necesario que nos acerquemos —Nayet me lleva a la sombra de un árbol.
Me dedique a ver todo desde la lejanía, llorando en silencio distinguiendo el aspecto elegante del cofre blanco, viendo como el ataúd desciende al hoyo con las oraciones del cura.
La mano de Nayet era la que evitaba que me aproximara a hacer mal tercio, no creo tener fuerza para enfrentarme a ello pero mi cuerpo insiste en ir.
La ceremonia terminó, esperé a que todos se fueran, incluyendo las hijas que reconocí por las fotos que Lala me mostró. Cuando la tumba quedo sola, cuando los obreros encerraron a mi viejita metros abajo; caminamos tomados de la mano al rectángulo con muchísimas flores.
—Ni siquiera me pude despedir —Por alguna razón me sale una risa—. Ya no la volveré a ver.
—Pero ella sí, y es lo importante.
Me apegue más a Nayet, con sus brazos alrededor de mi cintura inventándome conversación como si ella me fuese a responder.
—Te dejaron unos girasoles preciosos, Lala —sonreí ampliamente, con los ojos llenos de lágrimas.
—Significan: amor inmenso y admiración. Las mujeres que les gustan son un destello de felicidad en la vida del hombre a su lado —citó una voz a mis espaldas que nos hizo dar la vuelta enseguida.
— ¡Señor Marcus!
— ¿Me conoces? —pero no sonó sorprendido, sino más bien divertido—. ¿Quién eres?
Una extraña.
—Soy estudiante de Belmont, me llevaba bien con Laurens.
—Eres Deborah ¿no?
Asentí sorprendida, un poco apenada, al mismo tiempo sorprendida por saber mi nombre.
—Mi esposa hablaba mucho de ti.
Algo en eso me llena de alegría, tanto que quiero volver a llorar.
—Dijo que cuando su cuerpo no esté en este mundo y apareciera una pelirroja con tristeza en sus ojos, le diera esto —Lentamente de su bolsillo saco una pequeña caja—. Pensé que estaba cu cu.
Su pulso hacia que la caja no dejara de temblar. La tome un tanto conmocionada, mirando a Nayet que insistía en que la abriera; dentro de ella estaba una pulsera dorada encadenado a un girasol.
La pulsera de Lala.
Todos los momentos vuelven, no pude aguantar más y a romper en llanto. Ni cuenta me di cuando me abalancé al anciano.
—Ya, ya niña. No deberías llorarla tanto, ella siempre te va a bendecir.
No entiendo como algo me genera tristeza, dolor y al mismo tiempo tanta alegría. Nayet se mantuvo al margen en todo momento, espero paciente en el auto cuando Marcus y yo nos quedamos hablando, la mayoría del tiempo yo era quien lloraba y él intentando calmarme.
—Es duro, sí. Pero entenderás que cuando no superas a alguien aprendes a vivir con su ausencia.
—Me duele el ya no verla, ¿por qué usted está tan tranquilo?
—Porque sé que así está más feliz —Limpia mis lágrimas—. En este mundo se sufre mucho, pequeña. Solo hay que pensar en eso, en ella.
—En que está en paz —razono.
—En que ya no le duele la ciática —corrige sacándome una risa espontanea—. Estoy seguro de que ella te enseñó a levantar la mirada.
ESTÁS LEYENDO
Las verdades de Debrah. |COMPLETO|
Teen Fiction¿Qué esconderá un corazón roto, una cara perfecta y una rencorosa venganza? Iniciado: 12-02-2021 Finalizado: 03-Julio-2022 🌻