CAPÍTULO 15.

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El inicio de una amistad.

En algún momento de mi corta vida sabía que iba a terminar así, digo, las circunstancias llevaron a nuestros padres a vivir juntos en su época universitaria, era casi predecible que Nayet y yo también.

Sin embargo, de todas las formas posibles ésta era la que menos me imaginaba. Esperaba más un programa de rehabilitación para adolescentes conflictivos donde a Nayet lo insertarían en un psiquiátrico y a mí en problemas de ira.

Pero no, nos tocó un destino peor.

Convivir frente a frente con tan solo dos pasos de distancia a cada puerta; viendo las facetas que jamás pensábamos ver del otro.

Por ejemplo: Nayet por primera vez vio las etapas de cinco días por las que pasa una mujer cada mes, y yo descubrí el potencial y la agilidad de un hombre para infiltrar a tipejas en su habitación sin que nadie lo descubra.

Nayet es más mujeriego de lo que pensaba.

El amigo de nuestros padres se levanta de la mesa sin decir una palabra, Amber en comparación, come gustosa el almuerzo que yo con tanto esfuerzo había preparado, saboreando cada bocadillo como si nunca hubiera probado comida cacera.

—Te quedó horrible—comentó Nayet, limpiándose con una servilleta.

Me guiña el mismo ojo que le quiero pinchar con el tenedor.

Anton baja las escaleras acomodando las mangas de su traje gris y se vuelve acercar a nosotros, en un gesto amoroso acaricia el hombro de su esposa y se aproxima a depositar un beso en su mejilla.

—Debrah, ayuda a tu tía a lavar los platos—me pide con simpleza antes de dirigirse a la puerta.

—Pero yo cocine ¡Que lo haga Nayet!

— ¡Quien ensucia limpia! —se defiende, y al igual que yo se levanta de la mesa fulminándome con la mirada.

— ¡Anda a limpiar mi jardín entonces, cagon!

Se escuchó como las campanillas de la puerta principal sonaron seguido de un fuerte azote. Ya se fue.

Solté un gruñido aceptando la derrotada; recogí los platos a regañadientes y cuando me tocó los de Nayet estrelle el vaso en su perfecto rostro de príncipe.

Empiezo a enjabonar los trastes hasta que todo el cuerpo se me estremece y el corazón casi se me salga del pecho por el fuerte y agudo grito que Nayet lanzó en mi oído.

— ¡ESTÚPIDO! —le golpeo con la mano mojada recordando el fastidioso gesto de Brayden.

—Se te olvidó esto, Pennywise—me muestra unos cubiertos que tira en el lavado.

¡Más porquerías que lavar!

—Gracias, mi príncipe—le digo, con el mismo tono fastidioso y chillón de las chicas enamoradas de él.

Sale de la cocina pero no sin antes mostrarme su meñique. Y yo de ingenua pensando que me podría llevar bien con el príncipe negro.

—Nayet —lo llamo pero no responde, sin embargo siento sus pisadas—. Iré a casa de Diana ¿me llevas? —pregunto, él alza una ceja incrédulo.

Lentamente recorre con su dedo el borde del mesón, una sonrisa ladina crece en sus contorneados labios a medida que se acerca más y más a mí.

— ¿Crees que gastaría gasolina en ti?

Curve mis labios hacia abajo aceptando el claro «No».

—Bueno—solté con simpleza—. Se lo pediré al vecino.

Las verdades de Debrah. |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora