CAPÍTULO 58.

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He.

Luna roja, de sangre.

Siento frio y aun así sudo. El pecho me duele como si me faltara el oxígeno. No reconozco donde me encuentro, solo sé que estoy sola, y que algo me está viendo.

Camino por un callejón sucio, algunas cositas como un basurero me empiezan a sonar cuando choco contra un vidrio. Escucho gruñido y bajo la mirada dando un paso hacia atrás.

Hay tres hienas horrendas, destilando sangre y con sed de más. Distingo varios cuerpos tirados, de mujeres violentadas, algunas ya no se mueven y otras se lamentan sin poder levantarse.

—Ayuda.

Presiento que nadie me escuchara hasta que una figura sale de la oscuridad, la cara no se le ve y los carroñeros no le hacen nada.

Los domina.

Las bestias se desesperan, el chico hace una especie de señal que saca a Nayet entre las sombras y es obligado a romper el vidrio para que las hienas me salten encima.

Despierto de golpe con el cabello pegado a la frente, la cabeza me palpita, la garganta me arde y a duras penas, tengo tiempo de levantarme vomitando en el basurero de la esquina.

Ya es la segunda vez en el día.

Pensé que las pesadillas habían acabado, pero han retornado peor. Recordándome la noche en la que casi soy violada por los malditos drogadictos, sigo negándome a ir a terapia y me niego a hablar de eso con nadie que no sea Nova.

Solo ella sabe lo que pasó, solo ella me rescató.

Cuando vuelvo en si me percato de un hilo de luz proveniente del baño. Disparo la mirada a la cama sin ver a nadie acostado. Mierda.

Suspire al escuchar el estrépito haciendo eco.

Me acerco, el estruendo de su cena siendo expulsada de su cuerpo me entristece haciendo que me olvide de mi malestar, pensé que ya lo había superado.

Me siento a su lado acariciando su espalda, apartando sus rizos para que nos los ensucie con su vomito auto inducido.

Dos intentos de suicidios, medicamente diagnosticada con depresión crónica poco severa, trastorno de bulimia provocado por baja autoestima. Autoestima destruida por quién debería de levantarte cuando te caes, tu familia.

Por eso Megan se escapa de su casa a pasar las fiestas con nosotros, por eso se encerró en su mundo de ficción, porque descubrió a una corta edad que el real apesta.

A los 12 años me contó que su familia la criticaba, humillaba, ofendía y hasta acomplejaba; a los 14 la escuché vomitar por primera vez; a los 16 Nova y yo tuvimos que dormir en un hospital porque estaba en terapia intensiva en un lavado estomacal y ahora, a los 17, aprendió a amar su cuerpo y los vómitos eran menos constantes.

Algo pasó.

Megan estaba rota, y junto con mis pedazos nos sentíamos menos mal.

Espere a que terminara de vomitar y la ayude a levantarse, su rostro esta rojo y húmedo. Se moja la cara y juntas nos enjuagamos la boca.

—Tú también lo haces —dice—. Te escuché.

—Lo mío no es un problema psicológico.

La ayudo a caminar hacia la cama, recostándola en la mía y arropándola con mi manta.

— ¿Quieres que te prepare algo de comer? 

Rechaza.

—Duerme —Le beso la mejilla, peinándola.

Las verdades de Debrah. |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora