CAPÍTULO 7.

653 70 42
                                    

El destino de Popo.

Vuelvo a bostezar cuando miro la ancha espalda de Nayet contra la luz del sol que pasa por la ventana.

Entre las muchas de las virtudes que Diosito decidió otorgarle a Nayet Maslow, es el de cocinar.

Empezó como un fin de semana con su primer perrito, Popo—lo sé, ridículo, pero fue el único nombre que se le pudo ocurrió a un travieso niño de 11 años—, estábamos en su casa cuando le picó la curiosidad y se expropio de todos los implementos de la nevera y creó una mezcla marrón y cruda.

Pobre perrito.

Después del entierro Nayet no se atrevió a tener otra mascota pero si se dedicó a mejorar sus cualidades culinarias. Y tengo la desgracia de admitir que lo hace maravilla.

Me dirán loca por dejar que prepare el desayuno cuando posiblemente tenga el mismo destino que Popo; pero créanme cuando les digo que lo vigilo muy de cerca.

— ¿Puedes quitarme tus ojos de la nuca? Siento que me abrirás un hoyo en la cabeza.

—Sería bueno que dejaras descansar el de abajo con uno nuevo —me mira por sobre su hombre.

El asesino de Popo pone ante mí un coctel de frutas digno de Instagram, mientras tanto él se sienta a tragar como bestia su repugnante y grasoso plato con huevos revueltos y una montaña de tocino.

—Por cierto—comienza a hablar con comida en la boca— ¿Qué pasó entre Adrián y tú?

Los recuerdos aparecieron en mi mente como pelotazo, tuve que dejar de comer con el corazón atragantándoseme en la garganta. Sentí un nudo en el estómago y no supe qué decir.

Admiraba su audacia, sobretodo su descaro; su gesto esperando una respuesta.

¿Cómo mierda se le ocurre preguntar eso tan de repente? Las ganas de comer se estaban esfumando por la maldita aguja en mi tráquea y la ola de recuerdos.

—Tu más que nadie debería saber—respondo cortante sin separar la vista del teléfono—. Fuiste tú quien le alcahueteó el jueguito.

— ¡No me vengas a echar la culpa! —alza la voz como si estuviera ofendido.

— ¿Por qué el interés de pronto? —cuestiono, volviendo a mi teléfono.

— ¿Será porque ninguno comenta nada?

Abro los ojos de golpe.

Quedando petrificada con el teléfono en mi mano.

¿Por qué habló de él como si estuviera aquí? Como si aún...

— ¿Tú y él...?

Parece entender la situación ya que traga incómodo.

—Sí. Bueno, a veces.

No dijo nada más mientras yo lo miraba sin poder creerlo. El corazón me retumbó en el pecho. Lo que sentía no era traición pero tampoco tristeza, era algo raro y feo que aun con 17 años no logro identificar.

—Iré a donde Megan—agarro las cosas y me acerco al fregadero para lavarlo lo más rápido posible.

No quiero estar ni un segundo más aquí, con él.

Lo escucho levantar y siento como se me para detrás respirándome en el cuello.

—Lo siento si te hice sentir incomoda.

Mojo la esponja con jabón para lavar su plato también.

—Me das miedo cuando pides perdón.

—Intento ser bueno.

Las verdades de Debrah. |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora