CAPÍTULO 3.

888 101 79
                                    

Nueva casita.

—Ey, cálmate. Tal vez vivir con Nayet no sea tan malo—desde la otra línea Diana intenta consolarme pero lo único que logra es alterarme.

— ¡No me digas que me calme! ¡Nunca le digas a alguien histérico que se calme! Es como si te dieran laxantes y te dijeran: Ey, no cagues. Tal vez la mierda no se filtre por tus entrañas.

— ¡No seas tan cochina! —grita mi padre desde la habitación.

—Okey, tal vez si sea algo malo debido a sus historiales—admite Megan—. Pero no por eso tienes que hacer un drama. Si tanto te molesta, ignóralo.

Ignorar a quien odias no es tan fácil, siempre querrás clavarle un cuchillo o meterle un cactus por el culo.

— ¿Qué tal si pasa como tus novelas?

¡Y dale con lo mismo!

—Me tienen hasta la madre con eso —les digo.

Megan era una no tan anónima escritora en una tal página naranja. Sacó provecho de su popularidad en Belmont para que el nombre de Mengum Wes pasara de boca en boca y así poder ganarle a Urano de Plata "un anónimo y pervertido escrito porno, practicador de plagio y sin talento".

Palabras de Megan, no mías.

Jamás me tomé la molestia de leer sus historias, pero si me molestaba cuando Diana hacia absurdos comentarios fabricando comparaciones conmigo y las protagonistas. Sobre todo, con Nayet.

—Pisa tierra, Diana. El único sentimiento entre esos dos es el mismo que el Tom y Jerry.

Gracias por decirme que me caerá un piano.

Corto la llamada sin despedirme. Regreso a mi habitación encontrando a mi padre saltando sobre una maleta intentado cerrarla.

—Paapii, habla con tu esposa.

— ¡Debrah! Es de tu madre de quien estás hablando—me regaña ofendido—, sabes que es imposible hablar con ella.

Era la última maleta que faltaba por bajar. Nayet estaba abajo esperándome para irnos a casa de la tía Amber con su fachada de niño bueno.

— ¡Listo! —emite al por fin cerrar la maleta—. Tomatito, sabes que haría cualquier cosa por ti y créeme, yo fui el primero en negarse a la idea de mandarte a vivir con el pene con patas.

Me toma de la barbilla y yo lo miro con los ojos llorosos.

—No me convencerás con eso. Tu madre ya me amenazó por si te hacía caso—se lamenta dándome un beso en la frente.

Rayos.

— ¿Pero por qué insisten tanto en que nos llevemos bien? Si no me agrada, no me agrada y punto—expongo, ya al borde de este ridículo dilema.

Si crías a dos depredadores, aprovecharan la mínima oportunidad para devorarse el uno al otro.

Con todo y los programas de Animal Planet siguen insistiendo en juntarme con Nayet.

—No te quejes, que cuando supimos que venían en camino esas dos locas ya planeaban la boda.

Me petrifique a mitad de la escalera, horrorizada, en shock. Con ganas de vomitar.

—Que ustedes hayan sido amigos no nos obligaba a Nayet y a mí a serlos también.

— ¿Ya estas lista, Debrah? —me interrumpe el susodicho, levantándose del sofá con una resplandeciente sonrisa.

Hipócrita.

Miro a papi antes de tomar mi bolso y despedirme de los padres de Nayet.

Él ya se encontraba dentro del carro esperándome y al momento de sentarme y cerrar la puerta, lo hago de un portazo.

Las verdades de Debrah. |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora