40: Cambios

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—Ahora que soy Hanakage, creo que debería conseguirme un perro de mejor raza.

Dejé caer una carpeta con documentos sobre la cabeza de Yuki.

—¿Por qué me dijiste que hoy no había más trabajo por hacer? Solamente regresé para decirte que ya no vas a tener la dicha de tenerme en tu departamento y me encuentro con que están todos trabajando como locos para lo de mañana.

—Son trabajólicos —respondió, encogiéndose de hombros—. ¿Vas a volver con tu equipo?

—No. Kakashi-sensei tiene una habitación arrendada y me voy a ir con él.

—Uf, ya sabía yo que los perros callejeros son poco fieles, nunca dejan de ser de la calle. Al menos ya no estarás pelechando en mi departamento.

Le pegué en un brazo y él se rio.

—Y en un tiempo más dejaré de pelechar en tu aldea —le avisé—. ¿A qué hora regresas a tu departamento? Tengo que ir a buscar mis cosas.

Yuki miró la hora en un reloj de la pared.

—Ya es tarde —dijo—. No me había dado cuenta de eso. Debería ir a dormir, mañana va a estar movido.

Salimos de su despacho, afuera estaba Kakashi-sensei.

—¿Sabes, Kakashi-sensei? Cuando llegué aquí, apenas conocerme Yuki me dijo que soy una malcriada.

—La primera crítica a mi labor parental —suspiró Kakashi-sensei, sin verse especialmente interesado en lo que yo le decía.

—A veces los cachorros vienen podridos de adentro y ninguna corrección puede ayudar eso —dijo Yuki a Kakashi-sensei.

—Quizá ella sea así porque me la encontré en un basurero...

—¡Kakashi-sensei! —grité. Yuki se burló de mí y me crucé de brazos, sintiéndome traicionada. —Esto no se va a quedar así.

—¿Oh, en serio? —preguntó Yuki con un tonito de voz que me animaba a darle una patada en la entrepierna— ¿Y qué harás? —Le levanté el dedo del medio— Vaaaya, qué insulto.

—Defiéndeme, Kakashi-sensei —exigí, sacudiendo su brazo.

—¿No crees que te están dando una cucharada de tu propia medicina, Hanako?

—¿Estás insinuando que soy igual de molestosa que él? —inquirí, cruzándome de brazos con aire ofendido— ¡Eso es imposible!

Kakashi-sensei volteó a verme con ambas cejas levantadas.

—Ugh.

Para cuando llegamos al departamento de Yuki, él seguía molestándome. Tomé mi mochila y en vez de colgármela en los hombros, se la lancé. Yuki la esquivó y la mochila golpeó la pared.

—¿Así me pagas por los días en que te tuve aquí?

—¡Trabajé para ti durante estos días, sinvergüenza! —chillé, agitando mis brazos.

—Ya, ya —murmuró Kakashi-sensei desde la entrada, haciéndome una seña con sus manos para que me acercara a él—, vámonos.

Salí del departamento sin mirar a Yuki. Kakashi-sensei se quedó atrás.

—Gracias por cuidar de Hanako —escuché decir a Kakashi-sensei.

Volteé a verlo. Le estaba haciendo una pequeña reverencia a Yuki, que lo miraba con una especie de sonrisa ladina, no burlona... Sus ojos gatunos demostraban un poco de pena. Me quedé de pie, mirándolo fijamente, tratando de descifrar qué intentaba ocultar tras la amarillez de su iris.

El último FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora