15: Ayuda inesperada

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Abrí los ojos con pereza.

¿Fue un sueño...?

Sobre mi abdomen descansaba el manuscrito que Ero-jiji me había dado. Aparentemente me había dormido leyéndolo. Lo dejé a un lado y me senté en la cama al mismo tiempo que me tallaba los ojos con las manos. La puerta estaba siendo aporreada por una persona que al parecer tenía prisa, pero me sentía demasiado somnolienta como para ir a recibirla.

Pero... ¿qué estaba soñando?

Con pereza y dando un bostezo, me levanté. Caminé arrastrando los pies y cuando abrí la puerta no vi a nadie. Salí y miré en todas direcciones, esperando ver a alguien. Mientras buscaba a la persona que había estado tocando mi puerta, escuché el sonido de ésta cerrarse con fuerza.

—Ahg... no saqué mis llaves —gruñí—. Tendré que entrar por la ventana...

Entré por el balcón y cuando volví a mi cama para volver a acostarme, pues seguía sintiéndome somnolienta, vi una planta con una raíz especialmente larga sobre mi edredón.

¿De nuevo?

El sueño que sentía se hizo aún más pesado. Me fue imposible mantenerme de pie y antes de caer al suelo, ya había quedado inconsciente.


Sentía mis párpados tan pesados que era toda una odisea tratar de abrirlos. Batallé y concentré la poca fuerza que tenía en lograrlo, una vez hecho, pude notar que la habitación estaba a oscuras a excepción de una lámpara que colgaba de la pared.

Igual que la última vez.

Traté de moverme, pero las cuerdas me aprisionaban con fuerza. Incluso mis manos habían sido atadas de tal manera que no podía mover ni los dedos, imposibilitándome de hacer cualquier sello manual.

Claro, en Raíz conocían muy bien mis habilidades.

¿Por qué? ¿Danzo se dio cuenta de lo que intento?

El corazón me latía con prisa y podía escucharlo en mis oídos. La boca se me secó. Empecé a transpirar.

Debo salir de aquí como sea.

A pesar de que ese era mi pensamiento, mi cuerpo estaba congelado y me sentía como si parte de mi cerebro lo estuviera también. Terror, angustia, dolor. El miedo me había paralizado. No podía tratar de huir porque mis propias emociones me lo impedían, ni siquiera era capaz de pensar con claridad.

Cada centímetro de mi piel sudaba, sofocándome.

Mi respiración se había acelerado a tal punto que me dolía lo rápido que estaban trabajando mis pulmones. El pecho me subía y bajaba sin parar, a un ritmo alarmante.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y emití un pequeño gruñido. Me sentía como si mi cerebro y mi cuerpo no estuviesen realmente conectados. Mi mente gritaba "escape", pero mi cuerpo no reaccionaba.

Repentinamente, mi cuerpo comenzó a moverse como si fuese alguna especie de títere. Mis brazos y piernas se agitaban con fuerza, tratando de deshacerse de las cuerdas, pero éstas se apretaban más contra mí, provocándome dolor.

—Ni lo pienses.

Dirigí mis ojos hacia quién me hablaba. No me sorprendí al ver el rostro de Danzo.

—¿Hace cuanto estoy aquí? —pregunté.

No era mi voz. No era exactamente mi voz. Y yo tampoco había siquiera pensado en decir esa frase.

Me detuve en seco y de un momento a otro me sentí como si me hubieran empujado fuera de mi cuerpo, y luego volví. Me mareé como nunca antes en mi vida y saboreé mi saliva ácida.

El último FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora