48: Tradiciones

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—¡Hanako! ¡No te pongas a saltar ahí!

Salté una vez más y el agua salpicó por todas partes. La lluvia caía con fuerza del cielo y Sasuke estaba escudándose de ella en una cueva mientras yo estaba a la intemperie, recibiendo todo el agua en mi cuerpo.

Escuché a Sasuke llamarme con enfado una vez más y entre risas le hice caso. Entré a la cueva esquivando un golpe de Sasuke. Él ya había hecho una pequeña fogata que nos mantendría a buena temperatura.

—No puedo dormir con la ropa mojada —murmuré, quitándome la capa de viaje y mirando mi atuendo.

—Pues sácatela —resolvió Sasuke con rapidez, buscando algo en los bolsillos de su capa de viaje.

—No me mires —le advertí—. Ponte de espaldas a mí, dónde pueda verte.

—Llevamos semanas viajando juntos. Además, ¿no crees que ya estamos grandecitos para esto?

—¡Ponte de espaldas!

Sasuke suspiró al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco. En cuanto se puso de espaldas a mí, mirando la fogata, me apresuré a sacarme la ropa mojada y ponerme otra seca. Para cuando terminé de cambiarme de ropa, Sasuke ya había invocado las cosas necesarias para poner a calentar agua sobre la fogata.

—Se nota que pronto llegará el invierno —comenté, mirando hacia el exterior de la cueva.

Era difícil no sentir el frío y los días de lluvia eran cada vez más seguidos. El viento se levantaba con fuerza y las nubes no se guardaban ni una gota de agua.

—Entorpecerá nuestro ritmo de viaje... —suspiró él.

Afortunadamente mi cuerpo se había adaptado con rapidez a un ritmo de vida mucho más movido que el que tenía en Konoha. Al principio me había costado, aquellos tiempos en los que por estar de misión debía estar viajando durante días y noches enteras sin detenerme parecían lejanos e imposibles.

Sasuke seguía ayudándome a recuperar mis recuerdos a pesar de que luego de un rato a él comenzara a dolerle su rinnegan por el esfuerzo y a mí me diera una molesta puntada en la frente.

—No nos hará mal quedarnos en un lugar por un poco más de tiempo —dije, yendo a sentarme al lado de Sasuke.

Aquella noche cenamos una píldora de soldado junto a una infusión de jengibre. Quería que pronto llegásemos a algún pueblo para comer alguna comida preparada y que me dejara el estómago lleno.

Como todas las noches, nos dormimos el uno al lado del otro cerca de la fogata.

Al día siguiente, poco nos duró el clima sin lluvia. Antes de que llegara el medio día tuvimos que buscar algún refugio pues la lluvia no dejaba de caer y cada vez era más fuerte, a tal grado de que granizos comenzaron a aterrizar sobre nosotros.

Inspiré con fuerza tratando de encontrar el olor de algún pueblo cercano, pues quería comer y secarme la ropa. Pronto un olor a humo llegó a mí.

—Sígueme —le indiqué a Sasuke.

Obedeció sin decir palabra.

Incrementé mi velocidad de movimiento, deseosa de llegar pronto al pueblo. A medida que nos acercábamos, los hilos de humo en el aire se hacían cada vez más visibles. Para cuando llegamos pude darme cuenta de que se trataba de una pequeña aldea de no más de 20 casas.

—¿Crees que acepten visitas? —pregunté volteando hacia Sasuke.

—Vamos a averiguarlo.

El último FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora