Epílogo

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Cuatro años y medio después.

Adrien.

Aparque el auto en el estacionamiento como cada día.

Este sitio al que entraba cada mañana estaba acogedoramente aislado del resto de edificios cercanos por un patio techado y murallas altas tapizadas de enredaderas, que le daban un color verde inusual entre tanto concreto y vidrio tintado.

El lugar donde aparque, reservado para el orgulloso CEO de esta empresa, lucia mi radiante nombre en una placa de metal que me daba bienvenida de lunes a jueves aparatándome un espacio junto a las puertas traseras de mi edificio.

La única diferencia con los días anteriores es que hoy traía dos bultos chillones en la parte trasera de mi carro.

- Tío Adien, ¿aquí es donde tlabajas?

- Si, Cami. Aquí tu tío produce unos cuantos millones al día ‒respondí colocando el freno de mano‒ me dijeron que se portarían bien, ¿recuerdan?

- ¡Si! ‒exclamaron mis sobrinos llenos de alegría queriendo salirse de las sillitas especiales que su madre me hizo instalar en mi flamante volvo.

- Bien, deben recordar esa promesa. No quiero que le den problemas a Rita, nada de usar las escaleras, no pueden salir del edificio y no olviden el plan.

Me baje del auto rápido para ayudarles a desabrochar esa maraña de cinturones que mi hermana insistió en colocarles hace un rato cuando pase por ellos a su casa. Impresionantemente Sophie los tenía listos y preparados cuando llegue, lo que me sorprendió bastante. Ahora que tenía un trabajo estable y dos hijos se me hacía más madura de lo que jamás imagine para ella.

- Buenos días señor Agreste ‒Rita apareció tras de mi justo cuando libere a uno.

- ¡Dita! ‒chillo Denis queriendo saltar hacia ella antes de que se lo entregara.

- Mida, tengo zapatos nuevos.

- Son muy lindos cielito.

- Me lleva, mi hermana le dio tres vueltas a este ‒escupí intentando sacar ahora a Camille, quien ya estaba poniéndose inquieta‒ creo que tendremos que dejarte aquí el resto de tu vida enana. Tu mami lo ato demasiado fuerte.

- ¡¿Qué?!

Por poco y la hago llorar, lo que me hizo merecedor de un buen golpe de la cabeza cortesía de mi secretaria y mano derecha.

- Ya está, ya está. Libre al fin ‒la consolé sacándola del auto‒ no llores, no querrás que Alex te vea triste.

- ¿Alex va a veni?

- Si, pero nada de tomarse de la mano ¿oíste? Ese niño es un grosero.

- Usted es quien le enseña esas palabras ‒me reprendió de nuevo Rita.

- No lo hago apropósito. Digamos que siempre aparece en el lugar y momento equivocado ‒dije recordando aquella vez en que me pillo en medio de una llamada telefónica con unos incompetentes de la empresa de envíos.

Que buena bronca les solté aquella vez, y por desgracia Alex estaba metido debajo de mi escritorio grabando cada palabra en su pequeño cerebro.

- A mí me gusta ‒hablo mi inocente sobrinita sacándome de mis recuerdos.

- ¡¿Qué, qué?! ‒grite quedándome estático de la sorpresa camino al elevador‒ ¿Cómo es eso que te gusta?

Denis corría a nuestro alrededor haciendo soniditos para burlarse de su hermana.

Dos centavos por una canción. [Miraculous AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora