Capítulo tres

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Marinette

- ¿Por qué tenías que morir ahora chiquito?

Ahí estaba yo. Viernes por la mañana, despertando muy tarde, claramente retrasada y hablándole con nostalgia a mi confiable teléfono que se negaba a revivir.

- Ya déjalo, se descompuso –me regañaba Alya tratando de que comiera algo de desayuno a toda prisa– Podemos ahorrar para comprar uno nuevo

- Este me lo dio mi papá

Carajo. ¿Acaso era una experta en perder las cosas que ellos me habían dejado?

- Tranquila. Conseguiremos otro, ya verás –me consoló mi amiga sabiendo que era un tema delicado– Ahora come, por favor

- Comprare algo camino al trabajo. No te preocupes –le dije reponiendo en mi rostro una falsa sonrisa– debo apurarme si quiero alcanzar el autobús

No le permití replicarme nada y simplemente salí corriendo, sino estaría obligada a escuchar el sermón titulado: Desayuno, la comida más importante del día. Por Alya Césaire.

Sin mi bicicleta y obligada a pagar el autobús hasta mi trabajo, ese no está siendo un buen viernes. Sobre todo porque nadie había llamado por mi canción, así que debía convencerme de que era otra que no había resultado.

- Una más –susurre resignada a volverlo a intentar el siguiente mes si tenía suerte de conseguir un espacio. Sino seguiría sirviendo mesas y preparando café por un buen tiempo– todo por ti pequeño Julian

Las cosas avanzaron con normalidad. Y luego de catorce frappuccinos de frambuesa, ocho mocas de menta y tres cafés late sin grasa, camine hasta mi otro trabajo devorando un croissant en el camino.

- Ni comparados con los tuyos papá –hablaba sola como siempre y apenas doble la esquina, grande fue mi sorpresa al encontrarme a Alya junto a un chico esperándome en la entrada del restaurante

- ¡Marinette!

- ¡¿Qué haces aquí?! –le reclame al instante

- ¡Marinette, no vas a creerlo!

- ¡¿Qué?! ¿Te sucedió algo? ¡¿Estas bien?!

- No me paso nada, tranquila –me dijo abrazándome de muy buen humor– un agente quiere verte

- ¿Qué?

- Alya, eso no es exactamente lo que yo dije –interrumpió el chico cuya cara se me hacía terriblemente familiar

- ¿Tú quién eres?

- Disculpa, soy Nino. Mucho gusto

Lo mire desconfiada porque aún no podía dar con su cara, y al notarlo prosiguió explicando de donde es que se cruzaba su existencia con la mía.

- Trabajo en el Bourbon. Soy el sonidista

- ¡Oh! Con razón te me hacías familiar –exclame golpeándome la frente con palma– ¿Qué rayos quieres?

- Un tipo vino ayer al bar. Un rubio petulante que trabaja para Rupert Jenkins –me explico disfrutando que el color se me fuera de la cara– quieren a todas las chicas que tocaron en el bar el miércoles por la noche

- ¡Te quieren a ti Marinette!

Alya parecía extrañamente emocionada y convencida de nuestro rotundo éxito mientras yo no podía articular palabra alguna.

Dos centavos por una canción. [Miraculous AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora