Capítulo 35

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Adrien.

A veces cuando de niño alguien me decía algo que me desagradaba mucho, fingía no haberlo escuchado y seguía con mi vida como si nada hubiese pasado.

Como aquellas ocasiones en que mamá me regañaba por soltar de nuevo a las gallinas y me dejaba sin postre. Yo no lloraba, ni discutía o siquiera intentaba explicarle que necesitaba ganarles a esas estúpidas aves en una pelea a muerte para que mi primo William me tuviera algo de respeto. Solo me callaba y seguía con mi vida hasta que a la hora de almorzar esperaba pacientemente mi postre como si no hubiese hecho nada malo. Pues en mi mente yo nunca hacia nada malo.

La cosa obviamente cambiaba cuando no tocaba postre y llegaba el momento de asumir que en realidad me lo merecía.

Si extrapolaba ese pensamiento, y ese burdo ejemplo, a mi presente me llevarían a esta situación en particular que empezaba a explicarlo. Una vez el psicólogo me dijo que tenía severos problemas para aceptar la culpa y el fracaso, y creo que eso en parte se debía a que apenas entré en su consulta le dije literalmente: creo que quienes buscan terapia son perdedores.

"¿Entonces por qué estás aquí?, me pregunto.

"La compañía paga ocho sesiones al año. Es una simple obligación"

Era cierto, a todos en Journal Records nos daban una serie de beneficios en algunos centros de salud, gimnasios e incluso hotelería para los rangos más altos como el mío. Y en aquellos años, siendo el protegido de Jenkins, él mismo noto que yo jamás había asistido a ninguna de esas terapias pagadas en todo el tiempo que llevaba dentro de la compañía.

- Estamos bajo mucho estrés muchacho –me dijo en aquella ocasión– quizás no lo notas aun porque eres joven pero con los años entenderás que puede ser beneficioso para ti.

Con ese disque-consejo de padre me sugirió que sería bien visto por la directiva de la empresa tener a un empleado modelo, adecuadamente cuerdo y certificadamente sano, así que solo por eso me digne a ir. No sin antes resistirme un poco.

¿Qué gane?

Ese profesional de la mente me tuvo conversando sobre mí por tres sesiones enteras sin decir nada más que "¿Cómo te sientes con eso?" o "¿Qué piensas al respecto?" y luego, como por arte de magia, creía saberlo todo sobre mi. Me hablo de esas sandeces de la culpa, el fracaso o lo malo de cumplir expectativas, y de cómo es que no debía esforzarme tanto por hacerle creer a los demás que era perfectamente exitoso. Básicamente nada que no me dijera una vil película de Disney.

Casi ocho horas de terapia durante todo un mes cuando bien podría haberme sentado a ver High School musical con Sophie toda una tarde. En lo que a mí respecta habrían sido los mismos putos resultados.

¿A qué voy con todo esto? Es que practicar la aceptación no era algo que yo hiciese con mucha frecuencia. Marinette de hecho fue la primera persona en importarme lo suficiente como para admitir que no actué bien con ella, pero hasta ahí llegaba mi capacidad de aceptar la culpa, decir lo siento y asimilar el fracaso. Nada más.

Exceptuándola a ella el fracaso no tenía más cabida en mi vocabulario.


Por eso es que los sucesos que se dieron durante este último mes, que concluyeron en esta noticia que acababan de lanzarme y que trataba de digerir sin éxito al punto de estar armando mi maleta fingiendo que todo iba de maravilla, no eran algo que me hubiera esperado ni en cien mil años.



Un mes atrás.

Dos centavos por una canción. [Miraculous AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora