CAPÍTULO 33

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TORY

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TORY.

 
Así como vienen, se van las vacaciones, estoy en la casa de Lucy desde hace un par de días, son cerca de cuatro de la tarde, me doy un baño rápido y cojo uno de los uniformes de la pelirroja y bajo a comer.
 
Según ambas tenemos que “hacer clases extras”
 
—Querida, Tory —me saluda su madre con elegancia cuando me siento en la silla junto a la mesa—. Lucy nos dijo que te sentías mal y que tal vez no irías a la Academia.
 
—Se me olvidó que hay examen —miento para después beber zumo de toronja—, pero no se preocupe, estoy bien.
 
—Me alegra escucharlo —me sonríe llevando un pedazo de lechuga a su boca.
 
—¿Cómo están tus padres? —me pregunta ahora el señor Gallagher sin despegar la vista de su teléfono revisando archivos, supongo.
 
—Muy bien, mamá esta es Marruecos haciendo negocios familiares y mi padre está en la central de Lyon, Francia —explico cortando mi filete perfectamente horneado.
 
También como fruta picada y mis frutos secos.
 
—¿Estas sola en casa? Puedes quedarte el tiempo que quieras —dice la madre de Lucy, volteo a verla, ambas son idénticas: mismo color de cabello y ojos, las mismas pecas y rasgos, su padre es todo lo contrario, el típico británico blanco con cabello negro y ojos azules.
 
—Lo tendré en cuenta —termino de comer.
 
Lucy baja las escaleras, cuando me ve, hay confusión en su rostro pero rápido espeta:
 
—El chófer nos espera, será mejor que nos demos prisa —asiento con la cabeza y me despido de sus padres— ¿qué haces? Creí que hoy te quedarías en casa, ayer te sentías mal.
 
—Pues ya no —respondo.
 
El cretino de John fue visto por reporteros en un prestigiado restaurante con una maldita sueca, no me considero celosa pero por más que lo intente fue imposible no reclamarle ¡el idiota no contestó mis llamadas! No soy la idiota de nadie y esto lo tiene que aclarar sí o sí.
 
 

***

 
Vacceo los estantes de desechos orgánicos al contenedor de basura. Odio esto. Mi uniforme del trabajo está asqueroso y apesto a pescado. Hace más de un mes que trabajo aquí y es horrible.
 
—Megan, ¿podrías alimentar a los delfines? Bob no vino —más que una pregunta parece una orden de parte del gerente del lugar.
 
—Claro, ya mismo voy —le sonrío.
 
No es tiempo para hacer pataletas cuando ya me he ganado su confianza, si sigo así muy pronto averiguaré que es lo que pasan por esos túneles subterráneos y a donde llegan.
 
Llego a la hábitat de los delfines con cubetas llenas de pescados como la sierra o la macalera. Los empiezo a alimentar. Es el peor trabajo de mi vida, no gano mucho y trabajo demasiado.
 
Los niños me piden alimentarlos con ayuda de los mayores pero los ignoro pasando de largo, algunos padres me exigen que obedezca a los mocosos, pero los ignoro a todos.
 
—Es una mocosa malcriada y pobretona —opina un padre de familia, trato de ignorarlo, no quiero partirle la cara enfrente de todos—. Solo mírenla, parece pordiosera con ese overol todo mugroso y ensangrentado.
 
Me volteo con la intención de estampar la cubeta de metal contra su cabeza pero rápido aparece Lucy.
 
—Señor, disculpe pero los animales están en época de celo y si dejamos que los niños les den de comer puede que sean más agresivos y terminen en la piscina —trata de explicar la pelirroja que igual porta el uniforme azul junto a una gorra—, pero pueden alimentar a los cocodrilos, claro que con la supervisión de un adulto. Síganme por favor —pide.
 
El señor me barre con la mirada antes de seguir a la pelirroja junto a otras familias.
 
«Si no les gusta, que se jodan»
 
Horas después termino con los deberes, esto es asqueroso, tal vez renuncie e investigue por otro método. Me doy una pequeña ducha y me coloco ropa más informal. Ha oscurecido, saco un cigarrillo y comienzo a fumar. El ruido de los contenedores siendo vaciados invaden la zona de los mamíferos. Me quedo observando a los felinos, los leones todo el tiempo están durmiendo o comiendo, sin embargo, las leonas tienen que traer el sustento, claro que aquí no aplica esa regla porque están en cautiverio. De repente me acuerdo de mis gatitos gigantes que tengo. Hace tiempo que no los veo, tal vez puedan traerlos.
 
—Lamento hacerte esperar —dice Lucy llegando a mi oliendo limpio y con ropa bonita— ¿tienes más?
 
Le extiendo la cajetilla y toma un tabaco. Caminamos hasta el estacionamiento pero varias camionetas extravagantes se toman el lugar.
 
—Agáchate —le ordeno y nos escondemos a tras del auto.
 
—¡Dense prisa! —sale un hombre como de metro ochenta dando órdenes.
 
Las camionetas se vacían saliendo hombres vestidos de negro, un tráiler hace presencia y de este descienden mujeres y niños, sobre todo niños. Mugrosos, golpeados y asustados.
 
—¿Qué rayos pasa? —susurra.
 
—No lo sé pero pronto lo averiguaremos —igual susurro.
 
—¡Muévanse! —vuelve a ordenar el mismo hombre.
 
Lo detallo más a fondo tratando de recordar si lo he visto pero nada en él me parece familiar, no tiene acento así que supongo que es británico.
 
Los hombres de negro guían a las personas que salieron del tráiler adentro del zoológico.
 
—Debemos de seguirlos —ordeno.
 
—¿Estas loca? Solo cargo una Walter PPK ¡y ni siquiera traigo cargador!
 
—¡Entonces saca tu puto celular y comienza a grabar! —indico y comenzamos a caminar evitando a los hombres que se pasean por los anchos pasillos.
 
Seguimos a las víctimas a varios metros de distancia procurando que no nos vean, llegan a los túneles. Nos movemos a un mejor ángulo donde se ve bien como el hombre que daba órdenes le da lugar a un fortachón que introduce un código seguido de la huella de su mano para que la enorme puerta de acero se abra. Todos entran en ella y después se cierra dejándonos solas.
 
—Necesitamos esa mano —habla Lucy.
 
—Me encargaré de eso.
 
—¿Mañana igual vendremos a trabajar? —volteo a verla y ambas soltamos una pequeña risita.
 

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