Nunca.

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Su llegada había sido... Algo incomoda. Bastantes miradas se habían posado sobre su persona, pero sólo necesitaba la aprobación de cuatro o cinco personas que ahí estaban: el padre, el esposo del padre, la madre, su hermano y su sobrino.

Simpatizar con Minato había sido fácil. El rubio parecía ser el único hombre con aura amable en ese lugar. El mayor sacaba cualquier tema de conversación para hacerle sentir más tranquilo. Éste, junto con la pelirroja, habían hecho su estadía más tranquila.

Luego fue el turno de entablar una conversación más directa con los Uchiha. Hablar con ellos era bastante complicado, puesto que los genes y orgullos de todos, chocaban en el ambiente.

La única Uchiha fue la primera en ceder y "dejarle en sus manos el corazón y sentimientos de su pequeño". Ella le dio un leve golpe en el hombro a su ex esposo, mientras reía y le decía que "dejara de ser así".

Itachi había reído junto con su madre ante aquel comentario, pero los otros dos varones no se habían inmutado ni un poco.

Después de otro round de preguntas y silencios incómodos, el azabache menor tomó a su hijo en brazos, se levantó y dijo:

—Mientras el idiota de mi hermano sea feliz, no me importa mucho con quien salga— se dio la vuelta y comenzó a caminar rumbo a las escaleras—. Cuidalo y no se apresuren— comenzó a subir y se perdió de vista al entrar al pasillo del segundo piso.

Ahora sólo quedaba Fugaku. Ese hombre le daba cierto temor, sentía que sí le veía a los ojos por mucho tiempo, estos le mostrarían la forma de su muerte, así que contaba, diez segundos, y después veía a otro lado por unos cinco.

—Fugaku, termina con tu interrogatorio. Los chicos quieren su momento de privacidad— el rubio mayor había vuelto a aparecer. El mencionado solo había soltado un suspiro en cuanto su voz fue escuchada. Shisui podía apostar que la mirada del azabache se había vuelto menos intensa

—Sólo quiero ver si es digno para Itachi.

—Hiciste lo mismo con Sasuke y Naruto— se acercó al Uchiha mayor, por detrás del sofá—. Chicos, váyanse a otro lugar si quieren, yo hablaré con el malhumorado suegro que tienes ahora— sonrió—. Anden, vayan.

—Pero...

—Gracias, Minato— Itachi le tomó de la mano y le hizo correr escaleras arriba. Lo último que alcanzó a ver fue la sonrisa que compartían ambos adultos. Esa sonrisa enamorada.

>•<

Su vida había cambiado y él estaba feliz por ello.

Pertenencias del menor se quedaban en su departamento. Pertenencias de él se quedaban en la mansión Uchiha.

Pero... ¿Quién podría imaginar que aquella felicidad se a varía por la misma razón por la cual se conocieron?

Después de aquel horrible día, las cosas fueron empeorando y, la última vez que se vieron, se arrepintió de lo que había dicho.

Esa noche había sido su última pelea. La pelea que había apagado parte de su esperanza. El Uchiha menor le había pedido perdón y una forma de arreglar lo que había pasado, cambiar sus errores.

El, con el corazón roto, había negado su petición, diciendo que probablemente le volvería a engañar, y las palabras que salieron de su boca fueron las necesarias para que el contrario estallara.

—¡Yo no soy Deidara para que te perdone tantas veces!— la adrenalina de la discusión se había apoderado de ambos, haciéndoles decir cosas de ese tipo.

Los días de nuestra felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora