Conocerte.

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El rubio vio el objeto entre sus manos y sonrió por tercera vez. Agarró la cajita y lo guardó ahí, para luego meterla al interior de su mochila.

Salió del baño y se encontró con el azabache de largo cabello.

—¿Qué salió?— preguntó en cuanto le vio y comenzaron a caminar.

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Mhh... Saso...— el rubio gemía mientras era embestido por el mencionado—. Sólo me acompañó a-¡Ah! ¡Mierda! ¡Ahí! ¡Ahí!— sus manos fueron a parar a la cadera del contrario, guiándolo a dónde tenía que tocar e impidiendo que saliera demasiado.

—Dei...— seguía con el vaiven, intercambiando la velocidad—. En verdad no me gusta verte con otros hombres— bajó a besarlo en sus labios y a su cuello, dejando una marca en este.

—Pero...— el chico no podía formular una oración coherente. El placer era demaciado.

—No me gusta ser posesivo— vio como el ojiazul soltaba un gemido y se corría, manchando su abdomen. El mordió su labio inferior—, pero en verdad me molesta— giró un poco al chico, haciendo que dejara todo su peso en su costado derecho, tomó su pierna y la subió a su hombro, pudiendo llegar más profundo.

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—¡Eres un salvaje!— se quejó, mientras estaba recostado en el pecho del pelirrojo.

—¿Lo lamento?— dijo con burla.

—Li liminti— viró los ojos y el chico rió—. Tenía una buena noticia y tú llegas con tus ataques de celos.

—¿Buena noticia?— el rubio asintió—. ¿Qué es?

—Revisa el tercer cajón— de quitó de encima de Sasori y se recostó en la almohada, dándole la espalda—, de tu lado.

El pelirrojo hizo lo pedido y encontró una cajita de color amarillo con un moño rojo. Era más moño que caja pero eso no era lo importante.

Abrió la cajita y se encontró con aquella prueba de embarazo y una hoja. Depositó la caja con la prueba sobre sus piernas cubiertas por la sábana y desdobló la hoja, para encontrar al instante la palabra que quería leer y escuchar desde hace un tiempo.

—¿Seremos padres?— volteó a verlo, con lágrimas en sus ojos.

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Deidara se sentía nervioso. Jamás en su vida pensó en llegar a esa casa con una noticia como esa.

Septiembre ya estaba terminando y aquella noticia les había hecho tan feliz. El rubio quería esperar un poco más para que todo fuera más seguro, pero la ilusión en el rostro de su pareja le habían hecho ceder.

Sasori tocó el timbre de la casa y volteó a verle, sonriendole. Luego apartó la mirada al escuchar la puerta siendo abierta y las palabras dichas.

—¡Hijo! ¿Cómo estás? No sabía que vendrías— el señor de canoso cabello abrazó a su hijo con fuerza y este le correspondió.

—Quería darte una sopresa— se separaron y ambos aun se mantenían sonriendo—. Traté de venir hace tiempo, pero la universidad y el trabajo no me dejaban.

Los días de nuestra felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora