Sasuke

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Naruto lo podía ver. El ligero cambio que su esposo había sufrido en su reencuentro, después de aquellos terribles acontecimientos donde, el principal involucrado, había sido su hijo.

Aquellas pesadillas se hacían presentes cada noche, pero el azabache era necio y se negaba a aquella ayuda psicológica que Gaara les había ofrecido.

En las noches, sabía que Sasuke se despertaba sobresaltado y se levantaba de la cama, volteando a ver si él se hallaba dormido y, viendo que así era, salía de la habitación a la cocina por un vaso de agua y al poco tiempo subía las escaleras nuevamente, yendo a la habitación de su hijo y quedándose en esta algunos minutos.

Fue hasta una noche en donde Naruto decidió seguirlo escaleras abajo, encontrándose con aquella luna que poco a poco perdía su brillo.

—Es tarde para que estés despierto— fue lo primero que dijo Sasuke al verle, dejando se vaso en la vasija.

—Lo mismo digo...— Naruto se había recargado en la barra de la cocina—. Amor, no tienes que ocultarme cosas— el rubio tenía conocimiento de lo que aquellos apodos cariñosos podían lograr.

—Rara vez me dices así— Sasuke miraba a la vasija, aún de espaldas al rubio.

—Rara vez necesito sacar información concreta y a la fuerza. Sé que no estas bien.

—No, no sabes lo que pasa conmigo, no sabes cuando estoy bien— el Uchiha no pudo descifrar cuando su esposo se acercó a él y comenzó a dejar algunos besos en su cuello.

—Sé por lo que pasas. Soy tu esposo, no sólo soy un idiota que vive contigo. Soy aquella persona que es tu alma gemela— siguió su trabajo en el cuello contrario, mientras su mano iba en dirección a debajo de la playera de la pijama.

—Naruto...— susurró un poco cuando el rubio ejerció más presión en cadera con la contraria y la mano cálida alzaba poco a poco aquella prenda—. Naruto... Detente.

A pesar de aquellas palabras, el cuerpo del mayor reaccionaba al tacto del más alto, logrando que suspiros escaparan de sus bocas ante tales acciones amorosas.

—Sasuke. Cariño, dime qué es lo que pasa contigo— giró al mencionado y le besó con pasión. Un beso necesitado, con la proporción exacta de cariño y lujuría en este.

El rubio bajo sus manos hasta el trasero contrario y comenzó a masajearle poco a poco, mientras las manos del ojinegro halaban algunos mechones rubios.

El menor bajó sus labios hacia el cuello nuevamente, dejando marcas rojizas en este y las manos cálidas regresaron a aquel torso que parecía perder calor cada día.

Sus entrepiernas chocaron y ambos exclamaron un gemido de placer, uno que tuve que ser silencioso, pues su hijo dormía en la plata alta.

—Naru, cariño... Detente, Menma esta en la casa— dijo con cierta dificultad, pues el movimiento de cadera que su esposo le proporcionaba era suficiente para volverle loco.

—Menma no está— llegó rápido a su oído y susurró esas palabras contra este y ahí, entendió cuál era la razón concreta del porqué seguía yendo a aquella habitación.

Sasuke lo empujó y salió corriendo rumbo escaleras arriba, dirigiéndose luego a la habitación donde el menor dormía.

Naruto le siguió por detrás, a un paso más calmado, sin ganas. Sacó su celular antes de llegar a la habitación del menor y llamó a aquel número. Espero sólo un poco y contestaron.

—¿Naruto? Hey, ¿qué sucede?— se escuchaba adormilado y logró escuchar la voz ronca de su pareja.

—Gaara, tú...— tragó, sabía que aquello Sasuke no lo quería pero era necesario—. ¿Podrías agendar una cita con el psicólogo?

Claro. ¿Para ti?

—Para Sasuke.

—Claro, la arreglo en poco tiempo. Cuídense.

—Sí...— no dijo más y colgó.

Fue hacia la habitación de su hijo y encontró a su esposo viendo aquella cama donde las cobijas cubrían algo.

—Amor...— le abrazó por detrás y escondió su cara en su cuello—. Por favor detente ya, para esto...— el rubio soltó algunas lágrimas. El azabache no decía nada.

—Menma, él está...

—¡Ya no está!— habló fuerte mientras más lágrimas bajaban, hizo más fuerte el agarre en la cintura contraria.

—Pero, él... Yo lo traje a casa y luego...

—Sasuke, lo hacíamos para no perder su presencia, poco a poco nos iríamos acostumbrando— le soltó y se acercó a la cama, tomando las orillas de las sábanas, dispuesto a alzarlas—, pero yo no puedo seguir sufriendo con esto— y las alzó, dejando ver aquella ropa y peluches acomodados, dando forma a que alguien dormía ahí.

—Pero, Naruto, no me mientas— lágrimas también comenzaban a bajar de los ojos del mayor.

—Nunca...— Naruto se lamentaba—. Nunca salvamos a Menma de Hinata, Hanabi trató de salvarlo pero... Hinata les disparó, acabando con ellos y luego ella se suicidó.

La respiración del Uchiha se hizo más pesada, parecía que en cualquier momento se desmayaría.

—Sasuke, te amo, pero no puedo seguir permitiendo que nos sigamos mintiendo. Sé de tu pesadilla, sé de aquellos malditos veinte días. Veinte malditos días en que todo esto se jodio.

Y Sasuke, él se quedó ahí, pensando en cómo había sido la vida imaginaria que él le había creado a su hijo.

Y Naruto tenía razón, su pesadilla siempre eran y empezaba con aquellos veinte días.

Veinte malditos días que les jodieron la vida.

Y sus días ya sólo eran un recuerdo de su bella felicidad.

Los días de nuestra felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora