Capítulo 2

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Me adentro en el apartamento de mi mejor amiga, sintiendo el cansancio de las noches anteriores en vela, adueñándose de mí. El pequeño departamento se hace presente. Hasta por afuera de este, aún muestra lo acogedor que puede tornarse, además del sentimiento de familiaridad que te hace sentir bien.

Rebusco las llaves en mi uniforme, pero no lo tengo. El cansancio se adueña de mi humor, sacando mi peor rasgo. Toco a la puerta, pero nadie abre. Vuelvo a tocar, pero en esta ocasión hablo.

—Pedido para la señorita Fischer —hablo lo más agudo que puedo.

No pasa ni cinco segundos cuando la puerta se abre de par en par. Mostrándome a una morena de cabello castaño, ojos cafés, pelo ondulado, más alta que yo. Porque las mejores relaciones de amistades son de una pequeña con un alta. Sus pómulos se marcan aún más cuando hace un puchero molesto porque la engañe. Sigo sin saber cómo no es capaz de darse de cuenta. Entrecierra sus ojos.

—Pégate la llave a tu cuello —se queja. Pongo los ojos en blanco ante su respuesta.

Lo ignoro y paso de largo, entrando a su departamento. Sintiendo como el calor vuelve a mi cuerpo, los colores pasteles decoran las paredes, juntamente con fotos de nosotros por doquier. No lo dudo ni un segundo y me deshago de la cazadora, juntamente con las botas y del pantalón quedando con mi camisa de tira negra y mis pantalones del mismo color.

—Amiga, existe un cuarto ¿sabes para qué es? —me pregunta ganando mi atención.

—Para coger y dormir —le respondo con una sonrisa maliciosa en mi rostro, pero rápidamente la pierdo recordando mis últimas semanas y el pésimo servicio.

—En ocasiones pienso en ¿Cómo no me has pervertido? —se encoge de hombros.

—Relájate Adeline, además recuerda que fuiste tú quien me pervirtió. No al revés —le recuerdo.

Ella se queda meditando en lo que le dije y asiente restándole importancia. Visualizo ese hermoso sillón en forma de L que promete ser cómodo. Me acerco sentándome sintiéndome como si estuviera tocando las nubes.

—Un día de estos, voy a creer que ese sillón tiene marihuana o te inyectas algo o talvez lo fumas —pronuncia Adeline sacándome de mis pensamientos.

—Esclava, tengo hambre —me quejo, volteando a verla.

El rojo se esparce por su rostro. Le molesta que le diga esclava. Pongo mi mejor cada de inocente, esperando que me refunfuñe o me amenace con algo, en su lugar se cruza de brazos mostrándome su mejor sonrisa de suficiencia. Mi cerebro no procesa su reacción, si yo le dije...

Pero Ancel aparece quitándose la cazadora y dejándola tirada en un sillón. Se cruza de brazos y voltea a verme molesto. Esa mujer a veces me cae mal. Pero claro, como soy la más pequeña de tamaño y de edad. Pero soy la segunda mayor en rango.

—Katarina Rostova, ¿Por qué le dices eso? —el tono que usa es severo.

Me levanto del sillón, pasando de largo. Busco el refrigerador sacando un pote de helado y sujetando dos cucharas. Regreso caminando de forma lenta, sintiendo la mirada de ambos sobre mi pequeño cuerpo. Me siento cruzándome de piernas, abro el helado de napolitano y procedo a comer bajo su atenta mirada.

—¿No vas a responderme? —me pregunta con los brazos en su cintura.

Niego con la cabeza, mientras sigo llevando el helado a mi boca. Pone los ojos en blanco, camina de manera lenta y se deja caer en el sitio que está vacío a mi lado. Observo todo lo que hace, detenidamente. Sus manos se van hasta la coleta que tengo hecha y la deshace. Achico los ojos, esperando que siga peleando conmigo. En su lugar agarra la otra cuchara que deje sobre mi pierna. La mete dentro del pote que me estoy comiendo, se lleva la cuchara a su boca. Y lo vuelve a hacer repetidas veces.

D'yavolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora