Capítulo 20

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Vuelo.

—¿Cómo haces la maleta en tan poco tiempo? —pregunta, Kirill, anonadado.

Es como un niño pequeño, pregunta todo. Las puertas de su carro me están tentando a abrirlas y arrojarlo. Pero algo me dice que mejor no.

—Ya tenía una maleta hecha —respondo son simpleza.

Pero no me responde. Me giro para verlo, pero está concentrado en su teléfono, abro la boca para decirle algo, pero le marcan y él responde sin dudarlo. Su rostro denota seriedad. Molestia y algo que he aprendido gracias a mi padre, es que cuando tienen esa mirada, no interrumpirlo. Regreso a observar la ventana. Deje el ejército y es algo que no sé si fue la decisión correcta.

Lo hice, porque necesito un descanso, mi mente no está bien y temía no poder dirigir las misiones de la manera correcta o que algo pasara y no sepa como reaccionar. Ahora también medito en sí era o no buena idea, venir con él.

Solo sé su nombre, pero no sé quién es.

A este punto de mi vida, estoy considerando si soy bipolar o me aburro con demasiada rapidez. El claxon me regresa a la realidad, deteniéndonos en lo que parece ser un aeropuerto privado o mejor dicho, una pista de aterrizaje privada. Bajo del carro sin esperarlo, es grande y derrocha la palabra lujos. Me mantengo esperando que él baje, sin embargo, creo que demorara un tiempo.

El chofer me guía hasta el interior del avión y como había supuesto, los asientos son de cuero, de color blanco, pero lo que en realidad capta mi atención es una puerta que se ve al final. Que posee el mismo símbolo que vi en la puerta de la fiesta. Me siento intentando distraerme y lo hago, al notar unas pequeñas flores silvestres que adornan la hierba a lo lejos. Trayendo así, recuerdos de como conocí a Adeline.

Estaba ingresando al cuartel, era mi primer día como cabo. Quería buscar a Ancel para qué me guiará o no sé, lo que en realidad buscaba. Talvez era familiarizarme un poco con todo. Pero en mi afán por encontrarlo, me detuve en seco cuando escuché un llanto. Lo busqué, sin embargo, no encontraba de donde provenía.

Empecé a caminar sin rumbo fijo, guiándome por mi oído. Hasta que salí de los pasillos y llegué al campo de entrenamiento. Allí la conocí a ella. Una castaña, un poco más alta que yo. Se encontraba llorando, y en sus manos tenía una flor amarilla, mientras se debatía entre quitarle o no, los pétalos.

Decidí acercarme, porque no es normal ver a una persona llorar, y menos con uniforme militar. Ancel me enseñó que, por lo general, aquí las personas asemejan ser fuertes, duras o algo así. Cuando ya estuve enfrente de ella. Me senté en el piso, frente a ella.

—La flor no tiene la culpa —dije tratando de llamar su atención.

A lo que solo recibí una mala mirada por parte de ella.

—Acaso no sabes, que es de mala educación interrumpir a alguien cuando está ocupada. —respondió limpiando todo rastro de sus lágrimas.

—No lo sabía. Pero ¿por qué lloras? —pregunté de forma inocente.

—Eso no te incumbe, niña.

A lo que solo asentí con la cabeza.

—Es de humanos llorar. Pero está bien, porque te desahogas.

—Eres rara.

—Lo sé.

—¿Quién eres?

—Me llamo Katarina Rostova. —respondí con simpleza.

—¿Eres rusa?

—No, De casualidad sabes dónde está la oficina del Mayor Weber.

D'yavolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora