Capítulo 39

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"Ser es ser percibido, por eso sólo puedes conocerte a ti mismo a través de los del otro. La de nuestras vidas mortales se halla en las de nuestras y nuestros actos, que no cesan de retroalimentarse a través del ."

-Doona Bae-

Katarina.

Su mirada, sus gestos, sus palabras, se reproducen una y otra vez en mi cabeza, sin descanso. Mi mente se ha vuelto mi propio infierno. Siempre crei que al hacerlo me sentiría bien, que demostraría todo lo que oculta el apellido Rostova, pero la caída ha sido demasiado fuerte, mi cuerpo se ha entumecido, mis huesos amenazan con romperse, mientras me siento como la peor persona en este mundo.

No se que es lo que me dijo en ese otro idioma, sin embargo, mantiene un impacto en mi corazón, que no logro comprender el porque.

Siento mis mejillas humedecerse y no se en que momento he comenzado a llorar o porque lo estoy haciendo, mi pecho duele. Lo peor es que nada de lo que ingiera logra calmar ese dolor, sigue insistiendo.

Dirijo mi mirada hacia el techo de la habitación en la que me encerraron, observando los dibujos que hay en ella, los candelabros resplandecen con el sol, sin embargo, mi visión vuelve a nublarse, mientras el dolor de mi alma se une al dolor de mi cuerpo, sintiendo como mi cabeza duele demasiado.

—Las respuestas no llegan desde el cielo, mucho menos puedes esperar que las acciones no tengan consecuencias —debería asustarme, pero permanezco en el mismo sitio. Limpio mis mejillas eliminando todo rastro de lagrimas.

No es Kirill.

Lo ignoro por completo, no me interesa escuchar lo que un guardia piensa sobre mí o quien sea. El sonido de la puerta abriéndose y cerrándose me envia a un recuerdo.

La voz de mi madre llamándome, hace eco por toda la casa. Dejo las flores en el suelo del jardín y entro corriendo a la casa. Me detengo cerca de la cocina para asustar a mi Mutter. Pero unos brazos me jalan, levantándome en el aire y provocando que grite.

—No se vale —digo haciendo un puchero.

Me baja de su hombro colocándome en el suelo. Me giro para mirar fijamente a mi padre.

—Se supone que me tenía que ayudar a mí —le recrimino de nuevo.

Él se gira riéndose y mirándome fijamente, mostrándome mientras una chispa de diversión se esparce por sus ojos grises.

—¿A quién habrás salido tan mala? —pregunta, negando con la cabeza.

—¿A quién será? —respondo, imitándolo.

Este se ríe al ver mis acciones, a pesar de que no lo admita, somos iguales. Por algo soy su hija favorita.

—Eres mi única hija —dice riéndose.

Oh hable en voz alta, de nuevo.

—Eso significa que me tienes que querer más —respondo con una sonrisa arrogante.

—Tengo que decirte algo triste —dice mi padre, negando y arrodillándose frente a mí—. Eres adoptada.

—Para ser mi papá, eres muy malo —respondo indignada.

Este se comienza a reír y toma mi mano, seguimos caminando hasta que llegamos a la cocina. Me siento en una silla, mientras observo a mi padre ir y besar a mi madre. Quien le responde de la forma más linda. Algún día quiero tener algo como lo tienen ellos.

—Quiero galletas —hablo ganando la atención de ambos.

—¿Cómo se dice? Que yo sepa, no tienes empleados —dice mi madre cruzándose de brazos.

D'yavolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora