Capítulo 33

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Líder

—Explícame una vez más ¿Qué pierdes? —me dirijo a Kirill, quien se mantiene ensamblando una metralleta.

Deja el arma a un lado, en la mesa de madera y arquea una ceja en mi dirección. Su semblante se mantiene neutro, similar al de un robot.

—¿Por qué quieres ir?

No lo tengo ni que pensar.

—Porque no, soy excelente en mi trabajo y déjame decirte con base en lo que he visto... tus guardias son una mierda —levanta nuevamente su ceja con esa chispa de diversión que se esparce en sus ojos—, no me malinterpretes, como personas no lo son... solo en combate, manejo de armas, saber cómo salir de un lugar sin que bajas en el equipo —me encojo de hombros.

—Claro, humildemente —se burla.

Observo mis uñas nuevamente en espera de que acepte. Pero al no escuchar ninguna respuesta levanto mi mirada encontrándome con que volvió su atención a las armas.

—Me ignoras, no me das buenos motivos por el cual no quieras aceptar. No conocía ese lado machista, en ti.

Mis palabras logran que estrelle el arma con fuerza contra la mesa, haciendo que los hombres que estaban cerca abandonaran la habitación, dejándonos completamente solos. Sus ojos se han convertido en dagas de fuego.

—Tienes que aprender a recibir un no por respuesta —sentencia regresando su atención al arma.

Sé que soy mejor que todo ese grupo de mercenarios de pacotilla que tiene a su disposición. He acabado con grupos de personas por mi sola, desangrándome. Nunca me he rendido o caído.

—No voy a recibir un no por respuesta y es algo que debes acostumbrarte, porque es parte de mí. Puedo capaz de liderar a esos de pacotilla y te aseguro que como me llamo Katarina Rostova, la misión sería un éxito, sin bajas y en menor tiempo —espeto, sintiendo mis fosas nasales arder—. Conocías mi personalidad antes de traerme, como soy y aun así decidiste traerme. Mover cielo y mar, para que volviera estar contigo, acepta las consecuencias o no lo hagas. Al final del día es decisión tuya.

Mantengo mi mirada fija en sus ojos, en esa guerra que se desata. Es algo constante, siempre pasa lo mismo. No soy del tipo de personas que se queda en una casa a cocinar y esperar que todos regresen. Soy aquella que va con él, que cuida su espalda y al finalizar el día regresa con una sonrisa victoriosa. Además, si intento cocinar, puede que queme la mansión por accidente.

—¿Por qué eres tan testaruda? ¿Por qué no puedes hacer caso, una vez en tu vida? —se queja frunciendo el ceño.

—No soy un perro al cual puedes darle órdenes y las acatara. No soy una princesa que necesita ser rescatada, protegida por todos y que se debe mantener encerrada para que nadie la toque porque se puede quebrar —espeto con ira—. Soy aquella que empuña un arma sin miedo y va a la guerra, ha soportado toda clase de torturas, violaciones, asedios, secuestros y ha regresado con vida, más fuerte, más decidida y que no le teme al enemigo.

Noto su espalda tensarse al igual que la vena que sobresale de su cuello. Pero es algo que él debe tener claro.

—Ya dije, no vas a ir —habla robóticamente.

Siento mi rostro calentarse, me aproximo a él, sujetando su brazo para que deje el arma y me dé la cara de una buena vez por todos.

—No voy a permitir que me trates como inválida o que me ocultes de todos, si bien lo que sucedió en la ceremonia fue algo de descuido.

Sin embargo, de su boca no sale nada.

—¡Maldita sea! —exclamo, molesta—, no tienes el poder para hacer eso —bramo.

D'yavolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora