Capítulo 27

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Lasaña.

—¿Acaso sabes que es el bondage? —exclama Kirill intentando convencerme.

—Si, pero no quiero que me pegues, ni golpees, no quiero y punto —respondo negándome a esa idea.

—Dijiste que lo pensarías y considerarías —camina de un lado al otro en el cuarto.

Esta así desde ayer.

—Lo estoy pensando, solo te expreso que no es mi fascinación o fetiche, que alguien que dice "quererme" —expreso lo último entre comillas— quiera golpearme y que eso le produzca una fascinación o excitación.

—El bondage, solo es amarrar o inmovilizar a las personas, listo y cuando sientas que algo te duele. Se termina —dice levantando las manos— no te voy a pegar, solo con la mano y ya, además, puede que use un arnés o use un columpio —se encoge de hombros.

—¿No vas a detenerte hasta que te diga que si?

—Exacto —se detiene frente a mí.

Me cruzo de brazos, lo miró fijamente, él me imita y suelto las palabras de las que después voy a arrepentirme.

—Tienes 5 minutos, para convencerme. Y una hora a reloj para poner en práctica, solo eso te voy a dar —su rostro se ilumina, es que a veces actúa como bebe.

—Ok, bondage corresponde al conjunto de técnicas de inmovilización, fines artísticos o sexuales. El origen de la palabra viene del francés e inglés que significa esclavitud o cautiverio. Estas técnicas pueden ser realizadas con cuerdas, telas, cintas, cadenas, esposas, o con cualquier elemento que permita restringir el movimiento de nuestro compañero. Podríamos entonces hablar de Bondage de toda práctica o técnica que permita la inmovilización de una persona con fines artísticos o sexuales.

—Me recuerdas a un profesor, eso lo sé, quiero saber es que me quieres hacer exactamente.

—Oh, solo inmovilizarte —se queda pensando— y sí ¿Vamos, y te enseño? Cuando no quieras seguir me dices que no más o escoges una palabra clave y listo. Me detengo.

—¿Sin importar que tantas ganas tengas de continuar? —pregunto.

—Sin importar, lo más importante en esto es tu consentimiento, y tu bienestar —sentencia transmitiendo esa seguridad que lo caracteriza.

—Lo voy a hacer, pero por ti, no por mí —le aclaro.

Tengo miedo, creo que nunca lo he dicho en alto, pero hace un par de años atrás, conocí a un hombre en un club, al final descubrí que era sádico. No comprendía que incluía eso, lo que conocía era por películas. Para no alargar la historia, él me termino golpeando, le pedía que se detuviera, pero no quiso. Cuando termino, mi cuerpo estaba lleno de moretones proporcionados por los distintos objetos con los que me golpeo. Salí de ese lugar, nunca más lo volví a ver y nunca más volví a meterme con alguien que tuviera esa afición. Hasta hoy.

—Vamos —culmina extendiendo una mano, para levantarme de la cama, pero rechazo su ayuda. Me levanto, su rostro denota un ápice de molestia, pero me guía hasta la susodicha habitación.

Avanzamos hasta un pasillo casi vacío, se acerca a una puerta, me invita a pasar y es que las piernas me tiemblan de pensar en lo que hay adentro. Me lleno de valor, pero... son las puertas de un elevador, entramos y él coloca una clave en el tablero. Seguido sale una pantalla y él coloca su mano, se inclina hacia adelante y aparece un ¿Detector de iris? En realidad, no sé qué es.

Pero me recuerda a la película "Los increíbles" cuando Edna moda entraba a su taller.

El elevador se detiene, las puertas se abren y dan paso a otra habitación. ¿Cuántas puertas tiene para poder llegar? ¿Acaso también tiene oro metido en esa habitación? Ingresa una llave y entramos.

D'yavolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora