STUART

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Me tienen en un área aislada y por mi bien. No quiero estar mezclado con esos tipos. Son ladrones, asesinos, enfermos. No soy como ellos. Son seres salvajes e incluso primitivos.

Quiero quedarme en mi celda encerrado incluso en la hora de recreación y almuerzo, pero no puedo.

Tengo que ser paciente porque el juicio será largo y no puedo desesperarme. Saldré de esta. El cargo que más me perjudica es el de violación, pero cuando vean que Amelia y yo teníamos una relación, cuando vean nuestras conversaciones sexuales, cuando lean como me provocaba, no podrán juzgarme por eso.

Además que estoy arrepentido de haberme dejado llevar por mi pene. Tuve que controlarme, pero teniéndola debajo de mí, suspirando y gimiendo, fue imposible contenerme. Fue un accidente, un impulso.

Amelia es la versión joven de mi esposa, una mezcla perfecta entre el amor de mi vida y Rosalía.

Quería protegerla, cuidarla del mundo y de cualquiera que quisiera lastimarla. Por eso quería saber que no hablaba con nadie por internet de quien debiese preocuparme.

Pero descubrir que era una mujer en su mente, una madurez e inteligencia seductora fue sorprendente.

—Becerra... hora de la comida. Muévete—avisa el oficial tocando con fuerza los barrotes de mi celda.

Abre la puerta y salgo.

Inmediatamente siento la vista de todos sobre mí, me juzgan sin conocerme. Y no tienen por qué juzgarme, ellos son peores.

El de la celda 26 es un narcotraficante. Tiene más sangre en sus manos que ninguno acá, pero también el dinero suficiente para tener una celda privada y muchos privilegios. El de la 47 es tranquilo, calmado, amable, pero tiene 15 años aquí, asesinó a un hombre a sangre fría por tener un mal día.

Los violadores no sobreviven, terminan violados y asesinados. Si consigo librarme de ese cargo, me aseguro la supervivencia. Un par de años y podré salir por buen comportamiento.

Tomo la bandeja y camino por la fila que me lleva hasta la cocina, donde me sirven un intento frustrado de comida. Por el tiempo que me toque cumplir acá, pudiese trabajar en la cocina, haré algo mucho mejor que esto. Estoy seguro.

Me siento en la primera mesa vacía que consigo. Me siento otra vez en la secundaria. Todos tienen un grupo y yo no pertenezco a ninguno.

—¿Cuándo es tu próxima audiencia?—Rigo se sienta frente a mí con su bandeja. Saca una pequeña bolsa de su bolsillo, lo rocía sobre lo que pareciera ser un puré de patatas, y lo comparte conmigo—. Sabe mejor con salsa de soya.

Y no es mentira, el puré sabe mejor con esa salsa que le puso.

—En una semana más.

—¿La verás?—me pregunta sin rodeos. No me siento juzgado por él, por el contrario pareciera entenderme.

—Eso espero, sus abogados siempre la cubren de mi vista, pero es algo. Mejor que nada.

—¿Y su mamá?—se está devorando la comida como si fuese un plato digno de un restaurante 5 estrellas.

—También irá. Esta semana vendrá a visitarme. Le dieron permiso.

—¡Pero alegra esa cara pendejo, por fin cogerás con algo que no sea tu mano!.

No puedo evitar reírme, la verdad me hace mucha ilusión ver a Rosalía.

—Y en cuanto a la chica... escucha —se acercó a mi y susurró—. Tengo dos hijos con mi mujer, y la conocí cuando tenía 15 años. Ustedes de esos barrios sifrinos con sus grandes casotas y sus autos costosos, se complican demasiado. Yo me presenté delante de sus papás y les dije que amaba a su hija de 15 años, y por la mierda que se negaron, pero cuando empezaron a llegarle los primeros regalitos, cambiaron. Eso si, esperé hasta que tuviese 18 para embarazarla, no soy bruto, así que tú tampoco lo seas.

Pero yo era realista, Amelia no me perdonaría por más que le rogase, pero debía intentarlo. Mis esperanzas de recuperar mi familia no las abandonaría nunca. Ellos eran mi segunda oportunidad.

Debíamos levantarnos en cuanto se acababa la comida, pero dada mi situación, debía esperar que todos salieran, hasta que un oficial venía a buscarme para llevarme a los baños.

Era lo que más odiaba de la cárcel, la falta de privacidad, eso y que era el único momento cuando no tenía a los oficiales cerca.

—¿Te gusta violar a las niñas? Eso fue lo que escuché.

No respondí.

—Si te gusta rudo, podemos tratarte así.

Me apresuré a bañarme más rápido, tratando de que no vieran mi miedo, pero uno me palmeó el culo y fue inevitable que me girase para confrontarlo.

Dejarme no era opción.

—¿Qué? Muy machito para negarte ¿no?. ¿Y si nosotros no paramos, como tu hiciste con esa niña?

—Escuché que es su hija.

Y el hombre sacó una navaja improvisada con una cucharilla afilada y la colocó en mi cuello.

—¿No tienes mamá? ¿Hermanas? ¿Primas?. Quizás cuando alguno de nosotros salga de aquí las buscaremos a ella para que tu pagues.

Mentía, por supuesto, y primero saldría yo.

—¡Sepárense! Becerra, caminando. Se te acabó el tiempo.

Los oficiales me sacaron de la ducha aun enjabonado, no dejaron que me vistiera y me empujaron desnudo por los pasillos.

—No seas busca pleito Becerra, porque si pierdes tus privilegios ellos serán tus nuevos compañeros de celda y nosotros no tendremos que protegerte.

—Tu mujer viene mañana, no querrá verte golpeado, paga muy buena pasta para que estés ileso.

—Duerme con un ojo abierto Becerra, a veces se nos olvida cerrar las celdas, sobre todo cuando estoy concentrado en mi pequeña hija. Allí se me olvidan las cosas y las celdas de los violadores, se pueden quedar abiertas—susurró en cuanto me empujó contra la pared de la celda.

Necesitaba salir de aquí como diera lugar. Irme a una institución psiquiátrica era mejor que esto. 

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Escribir los POV de Stuart siempre son los más difíciles, sumergirme en su mente retorcida es complicado, porque no quiero que al explicarlo esté justificando sus actos retorcidos. 

JUEVES CURIOSOS de No Juzgues La Portada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora