CERRANDO CICLOS - Amelia Maggio

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Ella tenía que ir y tenía que hacerlo sola

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Ella tenía que ir y tenía que hacerlo sola.

Era de las cosas más difíciles que haría, ni hablar de tener que escaparse de un novio acosador, un cuñado metiche y cuatro padres bastante controladores. Por eso contactó a la única persona que contaba con experiencia suficiente para escaparse sin ser detectado. Menos mal que contaba con ayuda porque sola no lo hubiese podido hacer.

—¿Estás segura de que quieres ir sola? No sé sobre esto...

—Sí, estoy segura. Tú solo encárgate de que no nos descubran. Solo eso.

Se abrocharon el cinturón de seguridad justo cuando la aeromoza comenzó a dictar las normas de vuelo. Estaba nerviosa por regresar a ese lugar que tantos duros recuerdos le traían.

Pasó el vuelo entero suspirando, martillando con su mano en el posa brazos y moviendo incansablemente su pierna arriba y abajo.

—¡Por Dios santo! Es el vuelo más largo de mi vida. Pensé que nunca llegaríamos.

Ciertamente hicieron una escala no programada de dos horas.

—Estás exagerando. Pensé que estabas acostumbrado a escaparte—se burló.

—Lo estoy, pero tus nervios me están volviendo loco. Además que no sabía cuan acosador era Rámses. Él tiene un problema.

—¿Por qué lo dices?—pero no era necesario una respuesta, ella sabía que lo era—. Perdón. Y él sabe que tiene un problema, pero se hace el tonto.

Su estómago era una pesadilla y mientras el taxi avanzaba por esas calles tan familiares pasó por el parque donde una vez huyó, sintiéndose perdida y sin futuro. Ese mismo parque donde un francés la fue a rescatar, donde comenzó una historia que si alguien le hubiese dicho como iría cada página, definitivamente lo hubiese llamado loco.

Pensar en Rámses le ayudó. No entendía como lograba causar ese efecto en ella, pero lo agradecía, porque sin él no hubiese salido de aquel parque, sin él no hubiese regresado a su casa. Sin él hubiese estado perdida y deseando quedarse así.

Más de una vez había hecho ese ejercicio mental en su cabeza: ¿Cómo sería su vida sin Rámses?. Y se imaginaba viviendo con sus abuelos, porque con Stuart en casa ella no regresaría. Trabajando para ayudarlos con los gastos, olvidándose de la universidad.

Aquella noche cuando Rámses le tendió su mano y la ayudó levantarse del piso donde estuvo sentada llorando asustada, en realidad le tendió la mano hacía un futuro que ella no tendría y que estaba dispuesta a renunciar con tan de alejarse de Stuart. La sacó de un agujero donde había querido sumergirse, porque allí en la oscuridad no tendría que lidiar con Stuart. Así que Rámses era luz, su luz.

El taxi se frenó en la dirección indicada y se bajaron del auto.

Enrique pagó al conductor y miró la casa como si estuviese embrujada. Estaba más que seguro de que era un error sobre todo cuando vio a su hermana menor temblando de pies a cabeza.

JUEVES CURIOSOS de No Juzgues La Portada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora