Cien años de soledad.

1.9K 268 50
                                    

Nota de Autora:

Pregunté en el grupo de FB por ideas para este jueves curioso, y escribir sobre el chico que narró parte del secuestro de Rámses, Gabriel y Amelia, en el instituto me resultó interesante. Y esto es lo que ha surgido, un personaje que veremos en NJLP2.

Espero lo disfruten.

***

—¿Estás bien?—me preguntó por quinta vez en el día

—Si mamá, seguro. ¿Y tú? ¿Necesitas algo?

—Yo estoy muy bien. ¿Fuiste a clases? No quiero que dejes de ir...

—Si mamá, pero ya está terminando el año así que salimos temprano. Ya llegó el bus, nos vemos en un rato. Llevo todo lo que me pediste.

Cuando ella se despidió subí al autobús y me senté hasta el fondo, con mis auriculares en el máximo volumen.

Mucho había cambiado en tan solo dos meses, desde el día en que recibió los resultados de la biopsia. Todavía no terminaba de asimilar el secuestro de los O'Pherer cuando me tocó lidiar con esto.

Nos tocó, a ambos.

Rebusqué en el listado de canciones alguna con más movimiento, quizás un buen metal me distrajese de ir a ese día, ese momento.

Me sabía el recorrido del autobús de memoria, sabía las paradas que haría, el tiempo, los semáforos y haciendo el mismo viaje todos los días, ya comenzaba a conocer a alguno de los usuarios asiduos.

Si el señor del perro labrador no estaba en la panadería, iba tarde. Si la señora de las flores aun no abría el puesto, iba muy temprano. Pero había una constante: ella. Siempre subía en la misma parada, siempre con un libro en las manos, nunca alzaba la vista, y se sentaba cerca de mí, no importase si habían más puestos libres. La veía rebuscarme en el autobús con disimulo y caminar hasta donde me encontraba para tomar el puesto más cercano.

Al quinto día de notarlo, comencé a apartarle un puesto a mi lado. Llevábamos un mes en este silencioso acuerdo diario. Me sabía su horario, en las mañanas iba al instituto, regresaba a su casa y coincidíamos también en la misma ruta.

Y como si la hubiese invocado, llegamos a su parada y ella subió al autobús. Su mirada me localizó y caminó hasta donde estaba sentado, quité el bolso que guardaba su puesto y ella tomó asiento. Abrió su libro y continuó leyendo.

Como siempre, miraba por encima de su hombro para ver que leía. Hoy era algo metafísico o eso me dio la impresión, pero no alcancé a asegurarme porque mi teléfono comenzó a sonar en mi bolsillo.

—Jer...—su voz era distinta y mis sentidos se pusieron en alerta de forma inmediata— ¿te falta mucho para llegar?

—No. Diez minutos, máximo. ¿Qué pasó? ¿Te sientes bien? ¿Necesitas algo?.

—No, solo... quería saber cuánto te faltaba. El doctor ya llegó y quería que habláramos juntos, como te prometí.

—Oh...—fue todo lo que pude decir, esto no pintaba nada bien.

—Si.. Oh...—me respondió y mi corazón cayó en un vacío.

Mi pierna comenzó a temblar con vida propia, las últimas cuadras se me hicieron eternas y cuando el autobús frenó su avance por el tráfico, no pude con el desespero.

Me levanté del asiento y me bajé del autobús, recorrería el resto del camino caminando, aunque bueno... trotando, porque fue lo que hice.

Finalmente estuve frente al hospital, y tuve que respirar profundo antes de entrar.

JUEVES CURIOSOS de No Juzgues La Portada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora