—¡¿Lo hiciste o no?!—bramó enfurecido, su saliva salió a borbotones de su boca.
—Yo...—miré a mí alrededor, buscando algo, lo que fuese, que me ayudara. Pero todas las miradas me esquivaron.
—¿Es cierto?—quería decirle que no lo era, pero no tenía caso alguno.
Asentí rápidamente y bajé la cabeza.
Vergüenza, dolor, tristeza, culpa.
El silencio que siguió fue lo único que me hizo alzar la cara. Sabía que no debía, lo había aprendido hace mucho tiempo de las peores formas, pero más me pudo la curiosidad.
Fue tan rápido que no lo vi venir, solo un manchón de colores y el dolor intenso en mi mejilla. La visión borrosa, las lágrimas en mis ojos, el dolor físico y emocional. Fue tal la fuerza que tropecé y caí al piso enredada en mis propios pies.
Murmullos, gritos, pisadas, llanto. Todo el bullicio de la fiesta comenzó a encenderse. Todo había permanecido en silencio desde el momento en que él llegó a confrontarme, yo había aislado el ruido. Pero ahora, aturdida por el golpe con algunos puntos brillantes en mi mirada, se reactivaron los sonidos.
La música de fondo, era lo más que prevalecía, desde el suelo donde estaba nadie se acercó a ayudarme y eso empeoró mi dolor. Ella lo hubiese hecho, hubiese acudido en mi ayuda.
Dolor.
Vergüenza.
Arrepentimiento.
—¡Nos vamos!—ordenó y con miedo me comencé a levantar. No tenía más opción que obedecerlo.
Me tomó con fuerza del brazo, arrastrándome detrás de sus largas zancadas, sin importarle que los demás le pedían que se calmara.
Solo una persona fue capaz de hacerlo frenar y que me soltara. Ni una sola persona se acercó a mí, lo necesitaba tanto y sin embargo nadie me vino a consolar, no los podía ver pero sus miradas me pesaban, me estaban juzgando, estaban decepcionados de mí.
Yo también lo estoy.
Escuché algunas murmuraciones, algunas teorías formándose, vergüenza de mí.
Me quiero ir. Ahora que veía como me miraban yo tampoco quería estar acá.
—¿Por qué lo hizo?—lo escuché decir molesto, dolido. Quería que estuviese molesto, el que estuviese triste por mí proceder solo empeoraba mi propio dolor—. ¿Cómo pudo hacerle eso?.
Me abracé a mí misma, nadie más lo haría.
Ella si lo haría. Esa voz interior que intenté acallar tantas veces volvió a recordarme mi error.
Si, ella me hubiese abrazado, me seguía ayudando aunque no lo merecía.
Me volvió a tomar por el brazo y con menos violencia, pero igual de prisa me hizo caminar con él.
—No puedo creer que lo hayas hecho. Cuando me lo contó... te juro que pensé que era una broma. ¿En qué me equivoqué? ¿Cuándo te convertiste en esta persona?. ¿Qué hice mal?.
Llegamos al auto y me sentó con nada de delicadeza en el asiento. Cuando todos subieron, se incorporó a la vía.
No bien llegamos a la casa comencé a temblar, sabía lo que vendría y no quería afrontarlo aunque sabía muy bien que lo merecía. Una parte de mí hasta lo deseaba, quizás expiaría así mis fallas.
No era la primera vez que me pegaba, la única diferencia fue que esta vez lo vio toda la familia, la misma que no hizo nada a mi favor. Por lo general lo hacía en la casa, donde nadie más podía criticarlo, ni siquiera él mismo. Quiero decir que perdí la cuenta de las cachetadas que me dio, los golpes, los correazos, pero no, los tengo muy claramente anotados, uno por uno memorizados. Ya prácticamente no dolían, mi umbral para soportar el dolor era muy amplio gracias a él.
"Así me criaron a mí y salí muy bien" me decía. Una mierda de justificación por supuesto.
Así que subí a mi habitación a esperar que el subiera con el cinturón, pero no lo hizo nunca. No lo hizo esa noche, ni al siguiente. Nunca subió a darme el castigo que esperaba. No me miraba, no me hablaba.
Dejé de existir para él. Y eso dolió más. Solo un día me dijo: "Estoy tan decepcionado de ti que no vales ni siquiera mi pena".
No valgo nada.
Vergüenza. Es lo que siento por mí en este momento.
Dolor. Es lo único en lo que puedo pensar, el dolor que causé, el dolor que siento por los corazones que rompí.
Arrepentimiento. Si pudiese volver atrás lo haría. Si pudiera cambiar todo no lo dudaría.
Me miro en el espejo y la chica que me devuelve la mirada es la que siempre he sido y que no me atreví a exteriorizar, y ahora la odio más que antes. No la reconozco cuando me mira con la cara hinchada por el golpe. No me gusta que haya emergido y matado a la otra, extraño a la otra pero ya no existe, yo me encargué de matarla y enterrarla.
Me amo y me odio en partes iguales.
No soy Pacita, quería ser Marypaz.
No quiero ser Marypaz, extraño a Pacita.
Ya no sé quién soy.
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JUEVES CURIOSOS de No Juzgues La Portada.
Teen FictionAmelia, Rámses, Gabriel, Fernando, Karen, Mike, Hayde, Marypaz, Andy, Daniel, Stuart, Johana... siempre hemos querido saber más de cada uno de ellos... ¡Aquí podrás hacerlo!.