Oportunidades que cambian la vida

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―Mi niña, no seas tan testaruda. El dinero me sobra y nadie que valga la pena para que lo herede, déjame pagarte la universidad―insistió por quinta vez Ingue Worthing, no desistiría en su meta de convencerla, pero comenzaba a frustrarse tanta terquedad.

―No puedo, es demasiado dinero. Además, usted tiene hijos, unos que ya me odian por cierto.

―Bah... también me odian a mí, por lo menos que lo hagan con gusto. Ellos quieren que el trabajo de mi vida le mantenga sus vicios y no será así. Pero tú, en cambio, te has ganado con tu dedicación cada dólar que invertiré en tu carrera.

―No lo sé...―respondió la chica, dudando por primera vez.

Su mayor sueño era ir a la universidad, pero era solo eso, un sueño y uno muy lejano. Ella consideraba que las personas como ella no tenían esos golpes de suerte, por lo que la universidad fue solo un sueño, nunca una meta; eso cambió cuando Ingue comenzó a meterle esas ideas en la cabeza.

Pero la señora Worthing, acostumbrada a siempre salirse con la suya, notó la duda que había logrado sembrar y decidió que era el momento de actuar.

Esa noche, luego de que la chica se fuese, Ingue llamó a su abogado y le encargó que le crease a su nombre un fideicomiso que le permitiese vivir cómodamente por los años que durase su carrera y un poco más. Tambien pidió que se pagase la carrera completa, no quería que si su edad le pasase factura, la chica no pudiese seguir estudiando.

El abogado le recordó el litigio que sus hijos habían comenzado para incapacitarla psicológicamente, un conflicto del que Ingue era más que consciente, pero que la deprimía tanto que prefería obviar. Le hizo jurar al abogado que se encargaría de que su voluntad de ver a la chica estudiando y graduada se cumpliese.

Dos semanas después, Ingue descansaba en su cama luego de un agitado día. Era el primer día de audiencia y aunque no hubo mayor intervención, ver a sus tres hijos peleándose por el dinero, la entristeció enormemente.

La chica, la única compañera de sus días, se encargó de consentirla todo el día, tratando de mejorar su humor con su peculiar forma de ser y ese lenguaje tan soez que usaba.

Incluso, cuando cayó la noche, ella se negó a irse y por esa razón se encontraba durmiendo en el cuarto de huéspedes.

Ingue leía el periódico cuando la noticia del inicio del juicio de sus hijos apareció en el cuerpo central del periódico, la retrataban como una mala madre, una orate que necesitaba cuidados especiales y una sarta más de idioteces que solo sirvieron para que Ingue comenzara a sentir un fuerte dolor en el pecho.

El dolor empeoró y cuando consideró que era tiempo de pedir ayuda, se encontró imposibilitada para moverse, incluso para hablar. Solo podía sentir el retumbar desbocado de su corazón y el momento exacto cuando dejó de sentirlo.

Ingue Worthing cerró los ojos y no volvió a abrirlos, con el amargo sabor de boca que a pesar de que dedicó toda su vida a trabajar para darle solo lo mejor a sus hijos, no sirvió de nada; ellos la odiaban. Pero su protegida, esa por la que no corría ninguna sangre ni ADN, la que la cuidaba, consentía y estaba pendiente de ella, la amaba; y ella la había dejado protegida.




―Señorita, tenemos que hablar.

―Ya le dije todo lo que sabía a los hijos de la señora Ingue. No tengo ni idea donde pueden estar todos los documentos que ellos preguntan, ella a pesar de nuestra confianza era muy reservada al respecto.

JUEVES CURIOSOS de No Juzgues La Portada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora