Octavo capítulo.

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Octavo capítulo.

En el momento que recibió el mensaje para cancelar el encuentro de la tarde sintió enojo, nunca Pete le había cancelado. Todo se transformó en el instante que escuchó la voz débil del otro lado. Condujo como loco por las calles de la ciudad sin importarle nada más que encontrarse con él. El omega estaba solo en el lago, cualquiera podría encontrarlo en ese estado y lastimarlo. Cuando lo vio tumbado en un banco su corazón casi salta del pecho hasta que pudo despertarlo y escuchar su voz. La piel del menor parecía pegajosa y húmeda, al tacto se sentía más caliente de lo normal. Quería tomarlo en sus brazos y llevarlo con él, cuidarlo hasta asegurarse que todo estaba bien. Ahora lo tenía aquí, dormido en su cama. Pudo observar esas pestañas suaves que escondían esa mirada que no dejaba de perturbarlo. Si algo lo molestaba de Pete eran sus ojos, porque siempre estaban presentes, lo seguían a toda hora y en todo momento. Se le aparecían en sueños y habían llegado a obsesionarlo. Lo sintió removerse y decidió bajar a la cocina a prepararle algo para cuando despertara. No había escapado a su percepción la delgadez extrema del cuerpo del otro, sus huesos prominentes en las manos y las costillas que había logrado palpar. Apoyó la cabeza contra el vidrio del gran ventanal que daba al jardín. ¿Qué estaba haciendo?. Respiró profundo, "no" pensó, "no es hora de arrepentimientos". Tenía al omega donde siempre quiso, desde que puso sus ojos en él supo que necesitaba tenerlo en su cama y ahora era ya estaba allí. Silenció la estúpida voz que le decía que parara, que frenara todos los avances con Pete, que lo dejara libre y ser feliz.
Caminó por las escaleras con una bandeja con algunas frutas, cereales y agua. El aroma a hierbas al sol se había incrementado llegando a ser espeso y tentador. Cerró los ojos con fuerza al inspirar para que sus pulmones se colmaran de ese olor. Dejó todo al costado de la cama y miró los ojos del omega que ya estaban abiertos. De su boca escapaban pequeños jadeos, las mejillas estaban enrojecidas. No pudo hacer nada para evitarlo. En un segundo estaba sobre esos labios tentadores, besando, mordiendo con hambre, lamiendo para obtener todo el sabor del omega. Las manos comenzaron a colarse por debajo de la camisa del uniforme y esta vez Pete no detuvo sus avances. Tocó el abdomen plano, circundó el ombligo con su dedo índice y continuó el recorrido hasta toparse con los pezones sensibles y endurecidos. La boca del omega no paraba de emitir pequeños gemidos que llegaron a cada rincón. Ae se permitió llenarse con ellos, que recorrieran el interior de su mente elevando su excitación a un nivel desconocido.
-Pete, espera- lo separó de su cuerpo y lo mató preguntar a continuación. - ¿estás seguro de hacer esto?
El asentimiento y la expresión que reflejó su rostro fue lo que necesitó para avanzar. Lo fue desnudando de a poco, besando cada parte del cuerpo que quedaba expuesta. Las rodillas eran huesudas y había muy poco músculo en sus piernas, la piel casi transparente lo atrajo de forma desmedida y restregó su cara sobre la zona. La camisa del uniforme salió de su pecho, los hombros del omega fueron besados con fervor y subió al cuello donde quería dejar marcas para que todos la vieran. El boxer oscuro fue lo último. Miró los ojos del muchacho antes de sacarlos, como pidiendo permiso que no le fue negado. Continuó haciendo un trabajo con su ropa hasta también quedar desnudo, las mejillas del otro se tornaron carmesí al verlo.
Bajó nuevamente al cuerpo dispuesto y se concentró en el pene del omega, dulce, exquisito, perfecto. Empezó un toque tentativo con la mano hasta que su cerebro pidió que lo probara, lo llevó a la boca y se dedicó a adorarlo sacando nuevos sonidos que retumbaron en la habitación. Nunca lo había hecho, siempre fue él quien recibió estas atenciones, pero había algo en él que podría ser saciado solo si obtenía todo del otro. Cuando sintió la liberación llenar su boca, una euforia que no había conocido antes lo embargó de tal manera que sintió miedo. No podía mirar los ojos de Pete, no quería verlo y descubrir que era lo que sentía en este momento...
De un movimiento, sin darle tiempo a reacción lo dio vuelta y lo colocó con la panza pegada a sus sábanas. Su boca seguía hambrienta, así que atacó los glúteos del menor con dientes y lengua, pegando pequeños mordiscos y chupones, cada vez más intenso. El otro se retorcía friccionando su miembro contra la cama y él terminó por meter la lengua en su hendidura. El grito posiblemente se escuchó en toda la planta alta. Se ocupó de abrirlo de a poco, utilizando dedos y lengua, llevando al omega una y otra vez al borde del placer. Se ubicó sobre él todavía de espaldas luego de lubricar su pene y pidió permiso para entrar en su cuerpo. La respuesta de Pete fue un movimiento levantando su parte trasera de la cama. Se hundió en él con paciencia aún cuando le costó perder un poco la cordura. Pete era tibio por dentro y lo apretaba de una manera única. La ternura de su cuerpo lo llevó a iniciar un vaivén suave acompañado por su mano tomando el pene para llevarlo de nuevo a la cúspide del placer, pero pronto fue necesario más y el ida y vuelta se volvió frenético y enérgico. Al poco tiempo sintió una energía que recorría su columna hasta alojarse en su pecho y de ahí a cada rincón de su cuerpo. Escuchó los gemidos de Pete y sintió la tibieza de su semen al derramarse sobre las sábanas antes de que su propio orgasmo lo cegara. Gruñó sobre el otro mientras su cuerpo se descargaba en el interior sedoso del otro. Abrió cada uno de sus sentidos a esta experiencia, sus oídos al sonido de la respiración agitada de Pete, su olfato al aroma combinado de sus cuerpos, el sabor al gusto del sudor delicioso de la nuca donde depositó mas besos y su tacto a la suavidad incomparable de la piel cremosa de este omega.
Quiso odiarlo por lo que le hizo sentir, quiso encontrar dentro de su pecho rencor por brindarse así, pero le fue imposible.
No sabía como, pero este joven lo había cambiado todo.

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