Décimo octavo capítulo (punto cinco).

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Décimo octavo capítulo (punto cinco).

Beth había caído enamorada a primera vista. Cuando observó a Nut por primera vez supo que él era su destino y que no habría fuerza en el universo que los separara. Ella era intrépida aún cuando sus padres insistieron en criarla como una princesita. Su hermano mellizo, si bien era su cómplice, por lo general era más tranquilo y medido en sus modos. Los dos eran omegas, pero ella no era como las convenciones decían que debía ser.
Se enamoró con locura, apasionada como fue siempre por la vida. La oposición de su familia poco importó y antes de darse cuenta estaba huyendo junto al alfa para nunca más volver.
El nacimiento de Plan fue una bendición, vivían modestamente, Nut trabajaba y ella se ocupaba de su hogar. Pero algo era seguro, eran felices y esa felicidad vino a ser completada con el embarazo de su segundo hijo. Un bebé hermoso y regordete que la colmo de alegría desde el momento que supo que venía en camino. Se dedicó sólo a ser mamá, fue posponiendo algunos sueños, pero siempre habría tiempo, ahora se ocuparía de sus pequeños y en un futuro cumpliría sus metas...
La primera descompensación fue alrededor de los 8 años después del segundo parto. Ya antes había sentido de que le faltaba el aire pero nunca le dio un segundo pensamiento. Pero una tarde, mientras sus hijos estaban en la escuela se despertó en el suelo de la cocina, ni siquiera supo cuanto tiempo estuvo desmayada. Prefirió callar, mantener el silencio sobre una sensación de ahogo que cada vez se hacía más frecuente. Siguió viviendo su vida como siempre, al cuidado de dos niños que crecían rápido rodeados de mimos.
Cuando Pete llegó a los 12 años ya no pudo negar que su cuerpo estaba deteriorándose. Había comenzado a adelgazar, los ahogos eran indisimulables. Los estudios dieron la peor de las respuestas, una enfermedad degenerativa desencadenada por las hormonas luego del último embarazo. Una condición rara en algunos omegas, tan avanzada que ya no podía tratarse. Su corazón comenzó a ensancharse y los pulmones no daban a vasto.
Intentó hacer lo mejor, intentó darle todo de sí a sus dos tesoros y al amor de su vida.
Cuando Pete cumplió 15 lo llevó a una librería a comprar el último regalo que ella podría darle. Y ahí estaba él, más de 18 años habían pasado desde que lo había visto por última vez, pero nunca podría olvidar su mirada. El pelo castaño peinado pulcramente rodeado de personas que esperaban la firma de un libro. Hizo la cola para acercarse mientras Pete se perdía entre los estantes de la librería. Lo miró y los ojos de él mostraron reconocimiento. En segundos la mesa que los separaba ya no se interponía mientras se unían en un abrazo. Ese muchacho que apenas había sido un adolescente cuando ella huyó, su otra mitad a quien ella casi había olvidado estaba aquí, un hombre con cara de niño tal cual lo recordaba.
Quedaron en verse un par de veces más antes que él dejara la ciudad, nunca le contó a Nut que había reencontrado a su hermano, tal vez él lo sintiera como que ya no quería esta vida.
Él no trató de convencerla de nada, se sentó en el café y escuchó sobre sus sobrinos a los que esperaba algún día conocer.
Beth amaba a sus hijos, adoraba a Plan y a Pete. Pero sobre todo, amaba a Nut. Fue un amor que le dio la libertad de ser quien ella quiso ser, sin condiciones. Era un amor maldito porque al final, fue ese mismo amor el que destruyó todo. Nut nunca pudo superar el saber que la iba a perder, y ella ya no tenía fuerzas para proteger a sus bebés.
Ahora, a su lado, mientras él sangraba sobre el frente de su casa a la espera de una ambulancia, supo lo destructivo que había sido lo que ellos sentían. Desde el día que se conocieron estuvieron destinados a lastimar a los demás, ella a sus padres y a su hermano, él a sus hijos. Fue un amor que lo consumió todo.
En la policía declaró que su marido se había peleado con unos borrachos a los que no conocía. En la cama del hospital cerró los ojos y pensó en sus niños. Pete siempre había sido de Plan, desde el día que lo llevó a casa ella dejó de ser lo más importa para su hijo mayor. Y así debía ser. Suspiró. Esperaba que esta enfermedad por fin la llevara. No soportaba no haber sido lo suficientemente fuerte como para enfrentar a Nut y a la vez odiaba ver en que lo había convertido el dolor.
Antes de cerrar los ojos por el cansancio extremo, recordó a su hermano. En el último encuentro le llevó dos regalos, un libro de cuentos ilustrados, detrás había colocado su número de teléfono, y en un paquete cuidadosamente envuelto un cuaderno pintado y encuadernado a mano con su nombre en la tapa.  Años después, eso sería todo lo que Pete tendría de ella, y ese desconocido que llevaba su misma sangre sería quien los sacaría del infierno en el que estaban sumidos.

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