Cuarto capítulo.

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Cuarto capítulo.

Se dirigió a su casa en la moto con la sensación inequívoca de que había dado el primer paso para su conquista. No podía creer lo fácil que fue, Pete había sido mucho más ingenuo de lo que pudo preveer, tanto que en el fondo de su mente persistía una molestia, porque, ¿qué tan tonto se podía ser para caer así? No hubo sospecha de parte del omega ni el mínimo de reticencia cuando le pidió un encuentro para el día siguiente. Su mente siguió reproduciendo las imágenes de la tarde hasta que estacionó frente a su casa. Aún sin bajarse llamó a Lina, su cuerpo había quedado con una energía que necesitaba ser nivelada y nada mejor que el cuerpo bien dispuesto de una omega que ya conocía sus preferencias; la cita sería en una hora en su habitación.
Entró a su hogar y tiró todos los estupidos papeles que le sirvieron a la hora del acercamiento al cesto de basura. La inmensa casa se encontraba vacía, su padre todavía se encontraba de viaje y por lo que le había dicho anoche, se demoraría un par de semanas más. Ya en su habitación optó por una ducha tibia, dejando en un montón en el suelo la ropa que había arruinado en el afán de atraer al pequeño omega. Pensó en esos ojos expresivos, en la boca que tentadora y sus mejillas apetecibles y permitió que la excitación lo recorriera aunque no hizo nada con ella. Disfrutaba prolongar el momento previo y esperaría a Lina para poder liberarse.
Ella llegó con su belleza y sensualidad habitual, curvas generosas y cabellera abundante. Su cuerpo lo ponía a mil, era su ideal de belleza, por eso no entendía porque un flacucho como Pete lo atraía tanto. Le gustaba juguetear con omegas hombres y mujeres por igual, a veces con ambos a la vez, pero su gusto iba más por los cuerpos con más curvas que las de su nuevo interés erótico. Lina, una vez desnuda, se metió en su cama, gateó hasta él y sin muchas palabras se dedicó a darle placer con la boca, hasta que la ansiedad del alfa por encontrar su liberación lo llevó a enterrarse entre sus piernas. Se quedó en la cama tumbado sobre la omega, pero algo no se sentía bien. Ese gusto por perderse en su cuerpo hoy no estaba, más bien su satisfacción sexual le dejó un gusto a cenizas en los labios. La abandonó en la cama, ella con sus piernas todavía abiertas y la respiración agitada luego del placer compartido, él con la necesidad de alejarse de la imagen. Se ubicó en el balcón y miró a la oscuridad de la noche. Prendió uno de los cigarrillos que dejaba para estos momentos, pensándolo, era tan cliché...
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Pete caminó a su casa con el corazón por fuera. La tonta sonrisa era imposible de borrar. Si cerraba los ojos podía ver a Ae con la camisa pegada a su cuerpo consecuencia de haberse metido en el lago. No podia creer que su torpeza y distracción lo llevó a conocer a alguien así. No era ingenuo, no creía gustarle al alfa, pero soñar no costaba nada. ¿Y de que más estaba hecha su vida sino de sueños incumplidos? Sueños de que su madre se recuperara, de que su padre volviera a amarlo, de que él y Plan pudieran vivir una vida sin miedos. Sueños de que algún día esta pesadilla terminara.
Entró sin hacer ruido, trató de evitar todo indicio de que estaba en casa hasta cerciorarse de que el alfa mayor no estaba. El silencio reinaba en toda la casa. Una vez este había sido un lugar feliz, la risa de su madre llenaba cada espacio. Si cerraba los ojos podía verlos juntos, ella iluminándolo todo y su padre volando como una polilla hacia la luz hasta quemarse. Y eso es lo que al final había sucedido, él terminó por quemarse en la enfermedad de su madre y allí permanecía. El odio de su padre por el omega más pequeño de la familia no era más que otro síntoma de la dolencia que poco a poco se las arrebataba.
Dejó sus pertenencias en su habitación y se dirigió a ver a su madre. Ella dormía cubierta de colchas que intentaban darle el calor que su cuerpo iba perdiendo. Se acercó para darle un beso en la frente, necesitaba sentirla unos segundo, abrazarla y dejarse acuñar en sus brazos.
-Amor...
-Hola ma...-odiaba lloriquear.
-Como estas bebé?- su voz era apenas un suspiro, algo que se perdía en el aire.
-Bien mamá.
-Escucha bebé...quiero pedirte algo...- la mano huesuda buscó tocar a su hijo.
-Lo que quieras.- las pestañas de Pete ya estaban húmedas.
-Memoriza el número que te voy a indicar -cada vez tenía menos fuerza y su mano apenas se sostenía sobre una de las mejillas de su pequeño.
-¿Qué?
-Sólo hazlo Pete. - su voz tomó más urgencia- el cuento que te regalé, el de los conejos, en la contratapa hay un número, te lo memorizas por las dudas.
-No entiendo...
-Vas a discutir?-comenzó a toser.
-No ma, tranquila por favor...- le acercó un vaso a los labios luego de ayudarla a incorporarse.
-Cuando lo necesites llama por favor...-la tos la había agotado, su cuerpo se agitó y terminó rendida sobre las almohadas. Él la acomodó un poco y peinó con sus dedos el pelo que había caído sobre su frente y se quedó allí, perdido en el sentimiento de fatalidad que le dejaba verla desgranarse día a día.
-Que haces aquí!?- la exclamación de su padre lo sacó del trance. Sintió como una mano apretaba su brazo con fuerza y lo tiraba con violencia del lado de su madre.- No tienes nada que hacer con ella.
-Sólo quería verla...-fue arrastrado al pequeño comedor y soltado contra una pared. El cuerpo rotundo del alfa lo aprisionó, sintió su aliento casi sobre él con una furia que apenas podía contener.
-No! ¿quieres volver a hacerle daño?- la cachetada lo tomó desprevenido- ¿quieres robarte todo de ella?.
Intentó no llorar, ser fuerte, desviar su mente a algún momento donde fue felíz mientras las cachetadas se iban sucediendo hasta que preso del dolor y la tristeza cayó en un charco sin huesos sobre el frío suelo. Quedó allí mientras su padre volvía a la habitación de su madre y cerraba la puerta. Dejó que las lágrimas se derramaran sin siquiera apartadas y pasado un tiempo volvió a su habitación. Buscó el cuento "Dos conejitos salen de paseo". En la contratapa había un número de celular y lo repitió hasta aprenderlo. Se metió en la cama con el cuento de tapas duras y hojas gastadas aún en sus brazos y dejó que el sueño lo llevara.
Allí lo esperaba un alfa de pelo oscuro y ojos profundos que lo hizo olvidar, al menos por unas horas, del hueco que existía en lo profundo de su alma.

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