Dan

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Pasaban de las diez de la noche cuando yo terminaba de lavar los platos que habíamos usado a lo largo del día y Skylar estaba sentada en la cama de la habitación leyendo tan tranquilamente que me dio pena interrumpir su calma cuando apoyé mi barbilla con delicadeza sobre sus rodillas, abrazando sus piernas dobladas. Al sentirme, ella bajó el libro que tenía en sus manos y me miró de frente, sonriendo.

—Supongo que ya terminaste con la limpieza del día, ¿no es cierto?

Me encogí de hombros: —Quiero estar contigo.

Ella soltó una leve carcajada y cerró el libro con calma, dejándolo en el mueble que estaba justo a un lado de ella para que sus manos se dirigieran a jugar con mi cabello.

—Sí sabes que también vivo aquí y estoy todo el tiempo contigo, ¿no?

Besé sus rodillas con suavidad. Ella se dio cuenta de mis intenciones y, con una sonrisa, se recostó completamente en la cama, abriendo sus piernas para que yo quedara entre ellas. Me acerqué a su rostro y la besé lentamente, sin prisas. Sus manos se posaron en mi nuca y me acercaban más a ella; por otro lado, mis manos recorrían la piel de sus piernas, su cadera, su cintura...

Su celular sonó y, por más que me negara a hacerlo, me separé de ella.

—Lo siento —susurró.

—No contestes —le dije en tono de burla mientras hundía mi cabeza en su cuello y le hacía cosquillas con mi barbilla.

Soltó una risa y con ello me quité de encima, cubriéndome hasta la cadera con las sábanas de la cama. Si no iba a pasar algo esta noche lo único que esperaba era poder dormir más de tres horas. Acomodé mi almohada y me recosté en ella para tratar de relajarme y dejar que todas mis preocupaciones se desvanecieran; pero las emociones se arremolinaron en mi estómago al escuchar la voz de Skylar en la cocina, molesta.

—Estoy harta de odiar al tipo.

Sabía a lo que se refería.

Se refería al Guardián.

Se refería a mí.

—Lo sé, Elise —dijo, soltando un suspiro triste—; pero estar molesta con él no traerá de vuelta ni a Jonathan... ni a Ava —guardó silencio y espero a que Elise terminará de hablar del otro lado de la línea—; ya no quiero tener nada que ver con lo que el periódico vaya a publicar —una vez más, el silencio invadió el departamento—. Elise, escucha, lo siento; pero sólo quiero paz y sentir que no hay nada que pueda arruinar la felicidad que estoy sintiendo ahora.

Dejé caer mi cabeza en la almohada; me preguntaba si seguiría siendo feliz cuando supiera quién realmente era yo.

—Te veo luego.

Soltó un suspiro pesado y regresó con tranquilidad a la habitación, dejando caer su celular sin cuidado en el buró que estaba de su lado de la cama. Se metió entre el colchón y las sábanas y, en lugar de recargar su cabeza en la almohada, la recargó en mi pecho, abrazándome.

—Elise sigue molesta —murmuró.

Tenía muy claro que necesitaba desahogarse con alguien, y yo era la persona más cercana a ella. Le acaricié el cabello y esperé a que siguiera hablando.

—Y, de cierto modo, la entiendo, ¿sabes? Yo también estaba llena de ira y odiaba al Guardián, en serio —se acomodó para quedar casi encima mío y mirarme a los ojos—; es decir, quizás lo siga odiando, pero ya no tiene caso. Todos aquellos por quienes lloraba ya no están, y estar enfadada con alguien al quién quizás no le importe demasiado no va a traerlos de vuelta.

Si tan sólo ella supiera que es la persona más importante para mí.

—Nena, esto va a sonar raro —admití, tragando saliva con dificultad—; pero, ¿no te haz puesto a pensar en que, quizás, exista la posibilidad de que sea ella en lugar de él?

Lo primero que hizo cuando terminé de preguntarle fue soltar una carcajada y colocar sus manos en mis mejillas.

—Cariño, si fuera una chica estoy segura de que ninguna de estas tragedias hubiera sucedido —aclaró, con una voz tan segura que me alegré de haberle quitado todo aquel estrés que cargaba por la situación—; aparte, no me lo vas a creer, pero lo he visto.

Aquellos últimas palabras fueron dichas en un susurro, acercándose cada vez más a mí, como si se tratara de su más grande secreto. Yo, por otro lado, no tuve más opción que fingir mi sorpresa. Aún así tenía miedo, las condiciones en las que la había conocido habían sido casi trágicas, pero esperaba a que ella me diera su propia versión de la historia.

—¿En serio?

Ella asintió con la cabeza, emocionada.

—Hace unos cuantos meses, antes de que te conociera, por su puesto, estaba... muy deprimida —comenzó, sentándose en mi regazo—; en serio, sentía que no tenía otra opción más que comenzar a vivir otra vida. No tenía familia, amigos, y sentía que la poca gente con la que podía relacionarme de verdad me detestaba. Era casi adicta al tabaco, y estaba esperando a que este terminara con mi vida; pero... —se detuvó en seco, sin saber si debía continuar contando la historia.

Me miró a los ojos con gesto preocupado y yo inmediatamente supe qué era lo que sentía: no sabía si contarme todo por temor a que la juzgara. ¿Cómo podría juzgar a alguien que pasó casi lo mismo que yo?

—Está bien —le afirmé, moviendo mis manos a su cadera—; si no quieres contarme más lo entiendo, pero quiero que sepas que siempre te voy a escuchar y jamás, en serio, jamás, te voy a juzgar por lo que alguna vez fuiste o hiciste, ¿de acuerdo? —me relajé cuando vi que esbozó una sonrisa pequeña y pasaba un mechón de su cabello por detrás de la oreja—. Todos alguna vez cometimos errores.

—Una noche estaba muy cansada, cansada de todo... y, sentía que era hora de que me fuera —su voz comenzó a quebrarse y a bajar el volumen—, entré a la tina con calma y me dispuse a no salir de allí. Pensé que eso era todo, no había nada más que hacer; pero él llegó —se talló la cara con fuerza, casi tanta que temía que se lastimara—. Estaba a punto de que el agua llenara cada rincón de mis pulmones y quedarme justo ahí, pero él lo evitó. Lo demás era... muy borroso, mi cabeza daba vueltas y no sentía mi cuerpo. La mañana siguiente desperté en el hospital y estaba... ilesa, es como si esa noche sólo hubiera sido un mal sueño. Desde ese día dejé de aferrarme a confirmar si él era real o no, y sentía que me había dado una segunda oportunidad —una vez más, dejó caer suavemente todo su cuerpo encima del mío y comenzó a acariciar mis labios con su pulgar—; y qué mejor manera de comenzar una nueva vida con alguien con quien vale la pena vivirla.

Le sonreí de vuelta, pero pude darme cuenta de que aquella sonrisa cargaba incomodidad y, en cierto punto, desprecio hacia mí mismo. No era justo que se lo ocultara, estaba harto de hacerlo y me dolía darme cuenta de que ella no sentía nada por no tener la más mínima idea.

Volvió a besarme con lentitud y, antes de que mis impulsos provocaran que metiera mis manos entre su ropa me separé de ella. No podía animarme a hacer muchas cosas con la culpa carcomiéndome por dentro.

—Mañana tienes que ayudar a los chicos con su mudanza —le dije con voz un tanto monótona, tenía que encontrar cualquier cosa para evitar sentirme una basura—, odiaría que llegaras cansada y adolorida por mi culpa.

Rió y abrió sus ojos en señal de sorpresa, mordiéndose el labio: —Siendo una persona tan tímida me asombra que tengas la seguridad de hacer semejante declaración.

No dije ni una palabra más, no podría hacerlo aún con el disgusto de no haberle contado todo justo como ella lo acababa de hacer. Me limité a darle un beso en la frente con los labios temblorosos y, acto seguido, ella se quitó de encima mío, acomodándose sobre su almohada para dormir.

Apagué las luces del cuarto y, como siempre lo hacía, coloqué mi brazo por encima de su cadera para dormir.

—Gracias por hacerme confiar en ti —la escuché decir en un susurro.

Mi corazón se quebró un poco.

—Gracias por tenerme aquella confianza —le susurré de vuelta.

Estaba completamente seguro de que el desprecio que sentía hacia mí mismo no me iba a dejar dormir en toda la noche.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora