Dan

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Terminé de cuidar al último Golden Retriever que tenía en mi agenda a las seis de la tarde, después de luchar más de medio día contra sus desmanes al no saber dar a entender que necesitaba salir al patio para hacer sus necesidades. Después me dirigí a mi casa y ahí comencé a entretenerme comiendo durante una hora y media, hasta que casi dieron las ocho de la noche. Estaba seguro de que hoy me tocaría hacer guardia, así que, justo cuando terminé de lavar los trastes que había utilizado en el transcurso de la semana, subí a mi cuarto y me pinté aquella franja negra alrededor de los ojos. Me sentía un tanto incómodo al mirarme en un espejo y ver que me colocaba pintura negra en la cara, pero siempre lo hacía, quizá no tenía porque sentirme de aquella manera ya de tanta costumbre que era, pero era algo que no me hacía sentir bien.

Tomé de mi desordenado armario la sudadera negra sin ninguna clase de estampado que siempre me ponía las noches a las que tenía que acudir a alguna emergencia. Salí de mi habitación y y bajé trotando las escaleras mientras me la ponía y colocaba la capucha que tenía por encima de la cabeza. Me aseguré de apagar todo en la casa para después salir al patio y admirar por enésima vez en el día mi motocicleta clásica. Seguí avanzando, abrí el portón principal de mi casa y, finalmente, salí a hacer mi verdadero trabajo.

Con las manos dentro de los bolsillos de la misma sudadera, me la pasaba caminando con la mirada baja, teniendo cuidado de que nadie alcanzara a distinguirme. Sin problema alguno, podría hacerme invisible, pero siempre decidía guardar lo mejor para el final. Al momento en el que salí de la cuadra de que mi casa, comencé a avanzar despreocupadamente por todas las calles de la ciudad, hasta llegar al Centro de esta. Las luces estroboscópicas de los restaurantes y una que otra tienda de ropa me cegaron. Esta vez sí consideré necesario el utilizar mi invisibilidad, para que la gran cantidad de gente que se encontraba allí a aquellas horas no denotara mi figura a través de los muchos vidrios de los locales con ayuda de las extravagantes luces de neón nocturnas. El aire frío me golpeaba la cara y me hacía sacar vaho por la boca, pero no era un frío tan intenso como los de invierno ni tan débil como los de verano. Simplemente perfecto, y algo que lograba amenizar mi guardia de esta noche.

Iba caminando por las aceras viendo a mis pies, y pensando en... cosas, pero me sobresalté cuando, por la esquina de la misma manzana en la que yo me encontraba, se escuchó un gran golpe y la voz de un niño gruñir. No fue que levanté la vista hasta que se escuchó un grito, me tomó unos mínimos momentos darme cuenta de que un niño se levantaba lo más rápido que le era posible y corría desesperado por la acera, mirando hacia atrás cuidando de que, quienquiera que lo estaba persiguiendo, lo perdiera de la vista y lo atrapara. Tenía la cara muy sucia, sangre saliendo de su nariz y la ropa vieja que llevaba puesta estaba enteramente rasgada. Lo observé en cámara lenta e iba dándome cuenta de varias cosas: en su mano, aferraba algo envuelto en una bolsa de papel con tanta fuerza que le hacía tener sus nudillos blancos. Aquel niño no parecía tener un muy buen control sobre sus pies, ya que no lograba dar más de seis pasos sin que amenazara con caerse. Vi a las demás personas con el entrecejo fruncido, sin saber qué pensar al ver que no hacían nada con respecto al pequeño.

Todo volvió a la velocidad normal y el niño volvió a sobresaltarse cuando escuchó una voz ronca salir de donde antes él había salido.

—¡Regresa aquí!

Un hombre de casi cuarenta años, a lo mucho, salió del pequeño callejón del que el niño había salido segundos antes. Aquel señor estaba despeinado y estaba sudando, tenía una mirada fúrica dirigida hacía el niño. ¿Qué podría tener aquel niño en sus manos que fuera tan valioso para aquel hombre? Por el tipo de ropa que llevaba el mayor y algunos que otros elegantes accesorios, supuse que tendría dinero, mucho, mucho dinero tanto en su cuenta bancaria como en su cartera en éste preciso instante. Quizá lo que el niño tomó de sus manos sí eran billetes, en tal caso, el hombre pudo haberle dado una muy pequeña cantidad para al menos ayudarlo, pero aquello no erradicaba el hecho de que el niño había robado independientemente de que el niño tuviese buenas intenciones.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora