Dan

166 20 15
                                    

Estaba sentado en la última mesa de la cafetería de Wayne —como era lo usual de cada día— esperando a que él me sirviera el desayuno de a diario mientras me esforzaba por no pensar en que Skylar podría intentar una vez más lo de anoche en el momento menos pensado.

—Deja de acosarla —me dijo Wayne de una manera muy repentina, haciendo que dejara caer mi cabeza sobre la mesa.

Bufé, ahora completamente desconcentrado y tremendamente molesto con Wayne; era imposible que se tomara las cosas con seriedad.

—Maldita sea, Wayne —murmuré, pero no lo dije lo suficientemente bajo como para que él no me escuchara, alzó las cejas e hizo una pose de indignación—. Lo siento... y, para tu información, no estaba acosándola; simplemente... simplemente me dije a mí mismo que la protegería por medio de todo lo que me fuera posible sin importar lo que costara.

—Dan —comenzó a decir en su defensa, riéndose ante mi idea y rodando los ojos—; mi teoría es que, si trató de suicidarse, lo último que ella buscaría es ser protegida —hizo una pausa y después tomó un palito de plástico de una pequeña caja para que con éste comenzara a agitar el café que le había pedido—. Más bien intentas vigilarla por otra cosa. ¿Qué vas a hacer si, en una de esas, tratas de... no sé... hacer magia con tu mente y está tomando una ducha? Bien que te gustaría vigilar aquello, ¿cierto? —preguntó ya para cerrar, alzando las cejas y haciendo énfasis en la antepenúltima palabra.

En aquel momento, era mera suerte que, ni mi café ni mi desayuno, aún no estuvieran listos, ya que me hubiese ahogado o atragantado ante aquel comentario. Sentía que el calor se esparcía por todo mi rostro y me dio la sensación de que parecía que, literalmente, podía tener semejanzas a un tomate. Wayne me miraba guardándose las carcajadas y moviendo aún más rápido el palito para el café por lo mismo. Me quedé mirando al suelo y tragué saliva con dificultad. El comentario no me molestaba completamente por el hecho de que Wayne era mi amigo y así solíamos llevarnos casi siempre, pero sí me desorientó un poco.

—Ya quisieras tú poder hacerlo —le dije, disponiéndome a levantar la vista para mirarlo y sonreír de lado, haciendo que se callara.

No quería reírme, ni siquiera mi propio comentario me había hecho sentir más cómodo, pero tuve que fingir hacerlo para demostrarle que podía contraatacar sin importar lo sencilla o, en éste caso, ridícula que fuese la situación. Recargué un codo en una silla y ponía todo el peso de mi cabeza sobre mi puño, sonriendo inocentemente. La pequeña sonrisa que él tenía se había desvanecido por completo en cuestión de segundos, relajó sus párpados, bajó los hombros y frunció los labios, cambiando su rostro a una expresión exageradamente seria. Dejó de mover el palito para después sacudirlo encima del vaso y dejarlo a un lado de éste, puso ambas palmas en la superficie de madera para poner todo su peso en ellas y me miró, casi enojado.

—Eso no fue gracioso.

Rodé los ojos aún con la sonrisa en mi rostro y dejé caer mi cabeza, ahora sí riéndome con fuerza. Aunque tuviese la mirada baja, podía sentir que volvía a tomar el vaso con el café, pero sin haberlo tapado antes. Levanté la cabeza y vi que salía de la pequeña cocina para dirigirse al bote de basura que estaba a un lado. Inclinó el vaso sobre éste sin dudarlo y, como si mi vida entera dependiese de aquel café, abrí los ojos en señal de sorpresa, haciendo que mi sonrisa también desapareciera, y estiré rápidamente mi brazo con los dedos abiertos para que el hielo saliera disparado rápidamente desde la palma de mi mano, congelando así el líquido y protegiéndolo —de alguna manera— en caso de que sí cayera en el bote de basura. Wayne se detuvo en seco y me miró, arqueando sólo una ceja y levantando un poco un lado del labio, estando muy confundido.

—Con mi café no te metas —le dije aún con la mano frente a mí para calmarlo—, por favor.

Caminé hacía él tranquilamente, le quité el vaso de sus manos y recogí el trozo de café congelado enteramente para ponerlo en el vaso. Después miré la punta de cada uno de mis dedos y me concentré para que el fuego apareciese por encima de ellos. Pasé estos con cuidado sobre el hielo para que se convirtiera en escarcha y esperé a que se derritiera completamente mientras Wayne iba de regreso a la cocina para después comenzar a preparar tanto mi desayuno como el de él. Cuando el líquido café comenzaba a desprender aquel vapor que daba a entender que ya estaba más que listo, tomé un sorbo y sonreí. Supongo que mi vida sí dependía del café después de todo.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora