Dan

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Los recuerdos fugaces de toda mi familia unida a veces cruzaban por mi mente en la mera madrugada y no me permitían dormir por la tristeza que estos lograban brindarme. Todos mis ocho hermanos estando juntos disfrutando de la deliciosa comida que mi madre hacía en la pequeña mesa que se encontraba en nuestro gran patio, nosotros corriendo unos de otros en el parque, juntos en el hospital para recibir a los nuevos miembros de la familia, ya nada de eso se veía con claridad en mi mente por el largo tiempo que había estado transcurriendo desde aquellos momentos hasta el día en el que yo me encontraba recostado a las tres de la mañana pensando en aquello, y en muchísimas otras cosas que sólo lograban hacer que el recuerdo permaneciera para hacerme regodearme en mi miseria aún más; como el niño al que hoy —relativamente ayer, pero lo sentía como el mismo día ya que no había conciliado el sueño para nada— traté de ayudar, pero lo cual terminó siendo un completo desastre.

El sudor corría por mi frente a pesar de que no tuviera las sábanas puestas encima mío. Por razones bastante obvias la noche se me hacía eterna y no dejaba de pensar en el niño; era algo tonto y algo a lo que no debía aferrarme tanto, pero tenía menos de seis años, no tenía comida y tenía una madre muerta, quizás justo como otros millones de niños allá afuera, pero era con él con quien me había topado y ahora el remordimiento me carcomía. Después de que me sacudí el cabello para despejar mi frustración por el insomnio, me senté al borde de la cama y tomé los primero tenis que lograban a verse y que estaban justo a un lado del mueble del reloj despertador. Sin ponerme playera me subí el cierre de la sudadera azul marino que había tomado del sencillo sillón que se encontraba justo a un lado de la ventana pequeña horizontal de mi cuarto que tenía vista al patio. No me preocupé por no ponerme mi pintura negra alrededor de los ojos porque nadie sano, mentalmente hablando, estaría despierto a esta hora, a menos que se tratara de una fiesta o los muy pocos clubes nocturnos que había en la ciudad, tampoco le vi el sentido porque no tenía planeado hacer guardia a estas horas de la madrugada, pero sólo me aseguré de que la sudadera tuviese gorra, para pasar desapercibido.

Bajé las escaleras con todas las luces de mi casa apagadas, pero podía trotar para bajar sin problema alguno ya que tenía muy presente la distancia entre cada escalón y todo lo que se necesitaba para evitar algún accidente; supongo que aquella era una ventaja de vivir más de seis años en una misma casa y bajar los escalones a la máxima velocidad que se podía sin usar mis poderes. Cuando abrí el portón principal el aire caliente que propagaba la noche hizo que la humedad entrara a mis ojos de manera directa, teniendo que tallármelos para evitar posteriores molestias. Mientras salía de una manera bastante lenta de mi cuadra pensaba en lugares a los que podía ir a estas horas de la noche, sin que nadie me necesitara y pudiese estar a solas. Pensé en ir a la cafetería de Wayne, pero estaría vacío y no me gustaba escabullirme dentro del local sin el consentimiento de alguien después de hacerlo incontables veces. Con la mirada dirigida hacia abajo cerré los ojos con suavidad por unos momentos cuando se me ocurrió el lugar perfecto a donde ir a despejar mi mente.

Sin preocupación y con mis zancadas largas pero relajadas me dirigí al lago de la ciudad, éste se encontraba en lo más recóndito de toda el área que abarcaba el pueblo y suponía que la gran mayoría de los que habitaban aquí no sabían de su existencia. Yo tampoco lo noté a los primeros cuatro años de mudarme aquí junto con los chicos, sino que lo hice hace apenas un año cuando un contrabandista corrió hasta allá y yo tuve que ir a perseguirlo. Quizás la forma en la que vi por primera vez aquel lugar no era la mejor experiencia de todas que me llevaría, pero era algo que agradecía completamente hasta el día de hoy y, ojalá, por el resto de mi vida.

Pasé por las luces apagadas de los locales de ropa, restaurantes y demás cosas que sólo podían llegar a ser útiles en el día, y por los mismos lugares en los que había visto correr al niño hace apenas unas cuantas horas. Sacudí la cabeza y cerré los ojos con fuerza, con un grito atorado en mi garganta. Mi plan era llegar al lago sin hacer uso de ninguno de mis poderes para así poder hacerlo de manera especial a mi propio parecer, pero el remordimiento que tenía por pasar por aquella zona en específico no me lo permitía. Aún teniendo los ojos cerrados mientras me tallaba los brazos para poder reconfortarme a mí mismo me esmeré por pensar en el lago por encima del niño y justo después sentí una brisa un tanto fuerte que logró inclinarme muy poco, cuando volví a abrir los ojos, juraba que estos brillaron cuando me encontré con la luz de la luna llena reflejada sobre la superficie calmada y cristalina del lago de Zurmund.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora