Skylar

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Todo se veía borroso, las voces se escuchaban completamente distantes y lo único que lograba distinguir eran los sonidos cortos y agudos que emitía el electrocardiograma que estaba a lado mío. Volví a cerrar los ojos para relajarme y también para que, cuando volviera a abrirlos y todo se viera con más claridad; pero abrí los ojos con un gran sobresalto cuando mi mente había procesado que, efectivamente, tenía un electrocardiograma justo a un lado de mí.

Me quedé mirando al techo soltando un suspiro. Estaba intentando mover mi mano izquierda para poder aliviarme un poco de mi tensión; pero no podía moverla completamente por los varios cables con aguja que tenía puestos en cada vena de mi puño. En mi brazo derecho tenía un parche que mantenía fija la aguja que me pasaba suero a todo el cuerpo y los doctores me veían fijamente por aquella ventana que cubría todo lo largo de la pared mientras tomaban nota y murmuraban algunas cosas.

Lo único que recordaba era que estaba en el baño intentando suicidarme, pero después de aquello no había absolutamente nada que hiciera que tuviera sentido el por qué estaba aquí. No sabía si la ambulancia había ido a mi casa, o salí como sonámbula de esta o si alguien había ido a rescatarme. Reí ante todas aquellas ideas, pues ninguna era posible.

La puerta se abrió con un fuerte sonido y cerró de un azotón. Rodé los ojos y me dejé caer de lleno en el colchón cuando vi a Elise entrar con pasos muy largos en mi habitación del hospital con un periódico en mano. Por un momento creí que llevaba aquel periódico enrollado para golpearme y terminar de matarme o algo así, pero sólo optó por sentarse y cubrirse el rostro entero después de que lo amplió y comenzaba a leerlo mientras murmuraba cada palabra que pasaba por sus ojos. Hice una mueca al percatarme de que el envolvente silencio en el cuarto era muy incómodo. Supongo que ella también había notado que ambas estábamos muy incómodas, así que, con su típica áspera y seca voz, dio la primera palabra.

—¿Sabes algo? —preguntó, haciendo que volteara a verla— Por un lado y muy, pero muy en el fondo me alegro de que... sigas con vida. Estábamos realmente preocupados.

—Qué lindo de tu parte, Elise —repliqué con sarcasmo, sentándome en la camilla para comenzar a comer el desayuno que me habían preparado—. Me siento sumamente orgullosa de mi decisión por escogerte a ti como mi mejor amiga— estaba por volver a comer mi desayuno hasta que me percaté de algo un inusual—. Espera... ¿qué estás haciendo tú aquí?

—Toqué a tu puerta y me di cuenta de que no estabas —respondió sin dudar su respuesta ni por un sólo segundo—, supuse que algo muy grave te había ocurrido así que fui a la oficina, y Jonathan me mandó a buscar por cada rincón de la ciudad y vaya que es raro encontrarte internada en un hospital.

Asentí con la cabeza y aquel silencio había vuelto. Yo metía bocados de omelette en mi boca con ayuda de un tenedor y, cada que esté se me acumulaba gracias a mi lentitud para masticar, le daba unos pequeños sorbos a mi vaso que estaba lleno de jugo de naranja. La comida sabía rara, estaba desabrida, pero entendí que fue por el hecho de que, en estos momentos, no debería sobrepasarme de calorías, grasas o aquel tipo de cosas. Pero casi me atraganto con la comida, di un sobresalto y casi escupo mi jugo cuando me di cuenta de que Elise había azotado en periódico —de nuevo enrollado— en la silla en la que estaba sentada y se acercaba peligrosamente a mí. Por una milésima de segundo, se me ocurrió la loca idea de que éste sería mi último día en la Tierra, en definitiva y por tan ridículo que fuese.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó con voz baja, mirándome tan fijamente que el hacía que el medio recorriera mi espalda completa.

Tragué saliva y cerré el puño de mi mano izquierda por debajo de la delgada sábana que me cubría, mordiendo mi labio para que no se notara lo ansiosa que estaba por que se fuera. Ella se dio la media vuelta y posó sus manos en su nuca y dirigiéndose a la ventana para ver el azul del cielo, yo suponía que lo hacía para intentar relajarse, pero no me pareció ya que movía su pierna muy nerviosamente y luego llevó sus dedos a la boca.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora