Skylar

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Dan había dejado de responder tanto a mis llamadas como a mis mensajes y había dejado de salir a recoger el periódico desde el mismo día en el que Vivian murió, un par de semanas atrás. A pesar de que su ausencia me provocara cierta sensación de tristeza no podía culparlo, pues entendía el hecho de que se sentía igual o peor que yo al darse cuenta de que los consejos que con tanta paciencia le había dado a Vivian, a final de cuentas, fueron en vano.

Eran pasadas de las diez de la noche y no tenía planeado, tan siquiera, dormir o hacer cualquier cosa que hiciera que me olvidara de todo lo malo que me había pasado en el día; Jonathan estaba comportándose más raro de lo usual y Elise me provocaba la necesidad de deshacerme de ella mucho más que otras veces. Suspiré con fuerza y me senté al borde de mi cama al sentir muchas nauseas y el sudor frío en mi frente.

De pronto, dirigí la mirada a mi armario pensando en si sería una buena idea hacer lo que mi mente quería que hiciera. Lamí mis labios lentamente y, sin pensarlo demasiado, me levanté, abriendo la puerta del armario con prisa y buscando una muy pequeña bolsa de plástico que, días antes, había simplemente dejado ahí sin darle muchas importancia. Sonreí ligeramente cuando la sentí debajo de la palma de mi mano y mis ojos brillaron al contemplarla.

Era la droga que Maxwell me había dado.

Debería haberme sentido insegura o con miedo, pues nunca la había probado y no sabía con certeza que consecuencias podría traerme, pero lo único en lo que pensaba era en olvidarme de todo lo que había pasado en estos últimos días, y mis ansias por intentarlo eran enormes.

Con ayuda de mi brazo tiré todos los objetos que se encontraban encima del mueble de mi habitación y comencé a distribuir con estrategia el polvo blanco por toda la superficie. No me resistía ante lo que tenía frente a mí; ahora ya no sentía la necesidad de olvidar Mordí mi labio y suspiré, cerrando los ojos. Cuando menos me lo esperaba, me di cuenta de que mi nariz comenzaba a arder.

Inhalé otra vez, y otra vez y una vez más hasta que perdí la cuenta. Todo lo que me rodeaba comenzaba a dar vueltas sin detenerse. Estaba por inhalar una última vez, pero me detuve al escuchar un ruido que provenía de la cocina; decidí hacerle caso omiso, pues creí que sólo se trataría de algo que había dejado al borde de algún mueble. Tomé aire profundamente e inhalé la droga por una última vez. Me dejé caer en mi cama, pues mis piernas comenzaban a perder fuerza de a poco.

Cuando estaba a nada de quedarme dormida por el efecto que el la heroína volví a escuchar otro ruido que, igualmente, venía de la cocina. Lo hubiese ignorado si se tratase de un solo objeto, pero fueron varios los que se estrellaron contra el suelo. Suspiré y rodé los ojos; era la tercera plaga de la que me tendría que deshacer en menos de seis meses.

Con mis piernas tambaleantes e incapaces de soportar todo el peso de mi cuerpo, hice un gran esfuerzo por levantarme y para no colapsar en mi camino hacia la cocina. Tomé silenciosamente la linterna que se encontraba encima del mueble con tal de no asustar a la rata y esperé a que volviera a aparecer para cegarla con la luz de la linterna, pero jamás volvió a aparecer. Al darle un vistazo a la puerta deslizable que daba paso el patio me percaté de que esta se encontraba cerrada. Inhalé aire profundamente y me dispuse a recoger los trozos de vidrio que se encontraban en el suelo, pero algo me hizo tropezar y caer justo encima de estos. Gruñí al sentirlos incrustados en mis rodillas y en parte de mis pantorrillas. Me senté lejos de lo que seguía en el suelo y volví a hacer una mueca de dolor al tratar de quitarlos de mis piernas con las manos desnudas, haciendo mis palmas sangrar.

La sangre no se detenía y lo único que se me ocurrió en el instante fue envolver todas mis heridas con papel de cocina, sin que me importara que este se tiñera de rojo rápidamente.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora