Dan

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Cuando yo era apenas un niño que comenzaba a tener el cuerpo de adulto y mis hermanos se alejaron de mí, estaba confundido y no sabía qué rumbo tomaría mi vida. Tampoco sabía si todas las desgracias que me habían sucedido eran mi culpa o si alguna vez podrían tener remedio, si mis poderes tendrían un propósito concreto y si yo terminaría dominándolos, o ellos a mí primero. Eran muchas cosas por las cuales tenía que pasar sin realmente tener la necesidad de hacerlo. Estaba acostumbrado a aquella sensación de soledad, pero la costumbre no me hacía sentir que no necesitaba tener a alguien a mi lado.

Una tarde lluviosa mientras caminaba por las solitarias calles de mi triste vecindario no podía concentrarme en nada más que en el bienestar de mis hermanos. Según ellos, era algo que a mí debió haber dejado de importarme, pero también sabían a la perfección que siempre terminaría preocupándome más por ellos que por mí mismo.

—¿Por qué tan solo y triste debajo de esta lluvia, muchacho?

La voz de un hombre me hizo dejar de ver mis pies que pasaban por encima de los grandes charcos de agua de manera repentina. Su figura estaba de perfil y no alcanzaba a distinguirla bien debido a que las gotas de lluvia provocaban que todo se viera borroso, de lo único que pude darme cuenta era de que estaba sentado en un escalón de un local cerrado con una botella de cerveza en su mano; tenía la mirada fija frente a él, por lo que creí que estaba muy borracho y estaba imaginando cosas o, en éste caso, personas. Opté por ignorarlo, estando a punto de seguir mi rumbo, pero su voz volvió a llamarme a mí, al único muchacho solo y triste que se encontraba debajo de la lluvia.

—No te asustes, hijo —dijo, alzando su cabeza para mirarme al tiempo en el que tomaba un trago de su botella—; no pienso hacer nada, sólo me preocupas y creo que un buen consejo del tío Félix te hará sentir mejor.

Se recorrió de donde estaba para darme espacio y sentarme. Suspiré y leí su mente muy rápidamente: él también se sentía muy solo, parecía ser alguien muy honesto, inteligente y solidario y sus intenciones conmigo no eran malas. Me acerqué y tomé asiento junto a él, dándome la oportunidad de verlo con mayor claridad. Sus pequeños ojos eran muy azules, su cabello no era del todo cano, pues tenía aún algunos mechones casi rubios que le recordaban a su juventud, y estaba crecido hasta sus hombros de manera despreocupada; su barba estaba muy poblada y rodeaba sus delgados labios. El gran abrigo que tenía puesto lo hacía ver un poco más pasado de peso de lo que realmente estaba y el gorro opaco en su cabeza me daba la sensación de que aplacaba su cabello de una forma graciosa.

—Cuéntame, chico; ¿qué es lo que pasa por esa pequeña cabecita preocupada?

—De acuerdo, ¿por dónde empiezo? —solté un suspiro y miré hacia arriba, recordando todo lo malo que me había pasado en mis diecisiete años de vida—. En resumen, soy el séptimo de nueve hermanos. Cuando el más pequeño de nosotros nació papá nos abandonó. Todos salimos adelante con ayuda de mi madre, quien murió hace poco más de un año, después de que la notificamos como desaparecida. Yo me quedé a cargo de mis dos hermanos más pequeños pero hace unos meses decidieron que yo no era suficiente para ellos y se fueron —planeaba sólo explicarle mi pasado; pero, cuando terminé de hablar, lo noté bastante interesado en lo que era mi vida, así que seguí hablando y contándole todo lo que me pasaba—. Aparte tengo estas extrañas condiciones físicas que me provocan hacer cosas... extrañas de manera involuntaria desde siempre, supongo, y lo único que realmente quiero es saber cómo detenerlas o, al menos, controlarlas.

Mis manos se encontraban rojas por cómo las manipulaba mientras hablaba, pero a mi ansiedad no parecía importarle demasiado como a mí. Félix me dio un leve golpe en el hombro y me tendió una botella de cerveza nueva que había sacado de su enorme abrigo. Abrí la botella sin necesidad de un destapador, pues mi fuerza sobrehumana me permitía hacerlo solamente con mi pulgar. Le di un gran trago y dejé reposar la botella entre mis pies, observando cómo las gotas de lluvia se fusionaban con el alcohol.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora