Dan

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—Entonces —comenzó a hablar Skylar mientras se sentaba en la barda que rodeaba el techo de la biblioteca—, ¿qué tanto puede hacer el gran Guardián de Zurmund?

Eran casi las once de la noche y Skylar había accedido a acompañarme a hacer guardia nocturna. Aún cuando habíamos discutido apenas en la tarde, ella ya no parecía tomarle nada de importancia y quería pretender que a mí tampoco me importaba, pero estaba seguro de que hacerlo se vería egoísta y no había forma de fingir que ya lo había dejado pasar, no estaría sintiendo culpa de haber sido honesto con ella desde el principio.

—Veamos... —dije en un suspiro, tratando de dejar la preocupación de lado sabiendo que no iba a lograrlo—, no lo hagamos tan difícil, sólo pregunta y te responderé si puedo hacerlo o no.

—¿Puedes hacerte invisible?

—Sí —contesté, sonriendo— es quizás lo primero que aprendí a controlar en su totalidad.

—¿Eres inmortal?

—No; es decir, mis poderes en ocasiones pueden hacer que nada me lastime, pero claro que envejezco y eventualmente muero.

—¿Puedes volar? —preguntó una vez más y, antes de que pudiera responderle, bombardeo con muchas preguntas más—, ¿eres telépata? ¿Puedes respirar debajo del agua o... no sé... convertirte en mí? Ya sé, ¿puedes hacer que un campo de fuerza te rodeé? Tú sabes, como si fuera un escudo o algo así.

No podía evitar sentirme abrumado, pero contento al mismo tiempo, parecía una niña pequeña al hacerme tantas preguntas y con aquel brillo y expresión de sorpresa que se asomaba en sus ojos cada vez que le respondía.

—No. Sí. No. No, y... —hice una pausa, mirando al cielo para pretender que estaba pensando en la respuesta—, no estoy muy seguro, jamás lo he intentado.

—Increíble —murmuró.

Abrió una de las latas de metal que llevaba en sus manos mientras que la otra me la entregó; leí la etiqueta: Fruta fresca enlatada. Calmaría el hambre y la sed que pudiéramos llegar a tener hasta el momento en el que nos fuéramos. Me miró y me sonrió, levantando levemente la lata para que, de cierto modo, brindáramos con ellas. Choqué mi lata con la suya y ella no dudo en dar la primer mordida.

Un rayo iluminó de blanco todo el cielo, seguido de un trueno tan ruidoso que parecía que había caído justo a un lado de nosotros y, justo después, el agua de lluvia comenzó a caer sobre nuestras cabezas.

—¿No puedes controlar el clima? —me preguntó Skylar mientras acomodaba la capucha de su sudadera sobre su cabeza y con una risa que casi podía escucharse.

Reí: —No, lo he intentado mil veces —admití, comiendo la fruta un poco más rápido para que no se maltratara con el agua de lluvia—, pero puedo controlar el agua.

—¿En serio? —preguntó, tan asombrada que dejó la lata de lado.

Yo también dejé la fruta a un lado, arremangué mi sudadera y esperé a que cayera suficiente agua de lluvia en mis manos. Inhalé hondo y comencé a manipular el líquido. Al principio fue muy sencillo, era algo que ya estaba acostumbrado a hacer; pero, a medida que el tiempo avanzaba, parecía que el agua dejaba de hacerme caso.

—Lo siento —murmuré, nervioso—, no sé qué...

Dejé de hablar cuando levanté la vista y me di cuenta de que Skylar miraba algo por encima de mi hombro. Mientras ella se levantaba para ver con más claridad, yo seguía tratando de controlar mis propios poderes. Estaba comenzando a preocuparme, era la segunda vez que perdía el control cuando antes jamás sucedía, ¿estaba comenzando a perderlos? Si hace unos cuantos meses no hubiera visto a un demonio azul devorando al mejor amigo de mi novia, me sentiría aliviado por la idea de finalmente tener una vida normal, pero las circunstancias no parecían favorecerme.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora