Skylar

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Mi cabello enmarañado me opacaba la vista casi completamente, el trabajo que me estaba costando respirar era verdaderamente impresionante y sentía que el mundo entero quería devorarme por la rapidez con la que el suelo se hundía. Con mis manos temblorosas logré quitarme el espeso pelo de la cara y deseé no haberlo hecho al momento en el que vi todo mi alrededor coloreado de un color naranja cegador, junto con amarillo y rojo que también hacían que mis ojos doliesen. Lo que antes eran unos frondosos y fuertes árboles ahora se habían convertido en solamente troncos podridos y casi completamente destruidos.

¿Qué demonios había provocado? ¿Qué cosas había hecho para hacer todo esto?

¿Ahora qué hiciste, Skylar?

Jadeaba mientras buscaba alguna manera para poder lograr salir de, literalmente, aquel infierno que me mantenía atrapada entre sus aterradoras brasas. La piel comenzaba a arder y a picar como un auténtico enjambre de mosquitos. Parpadeaba varias veces para así acostumbrarme a la luz que el fuego propagaba, pero lo que estaba ocurriendo era tan traumático que nada me servía en lo absoluto. Con las pocas fuerzas que me quedaban logré quitarme de nuevo el cabello con pequeñas chispas del mismo fuego de la cara y deseé no haberlo hecho cuando vislumbre a alguien y los ojos comenzaban a arderme por las lágrimas que amenazaban con salir.

—Luke —murmuré tan inaudiblemente que ni siquiera yo logré escucharme entre tanto desastre.

Mi hermano. Aquella persona que tanto había extrañado y deseando que regresara desde hace casi ocho años estaba ahí, justo frente a mí. No había envejecido absolutamente nada y su cabello rizado se notaba más desacomodado de como siempre solía llevarlo, pero sin haber crecido. En sus ojos —verdes, como los míos— parecía haber una clase de fuego que me causaba escalofríos, no era el reflejo de las llamas que estaban a mi alrededor, era algo muy... ¿cómo decirlo? Muy suyo. Tenía la mandíbula apretada y parecía respirar con furia. Tragué saliva y entreabrí los labios mientras cerraba los puños con fuerza para relajarme. No era la mirada que me dirigiría si estuviera por darme un sermón, esta era muchísimo más oscura, tan oscura que creí que me haría daño.

Entonces, dejé de respirar, no porque me sorprendiera aquella deducción a la cual había llegado, sino que fue por uno de sus movimientos que la había confirmado. No sabía por qué, no sabía cuándo y, mucho menos, sabía el cómo una nube de humo que cambiaba de color cada poco todavía más espeso que aquel que lograba desprender el mismo fuego que me rodeaba apareció solamente frente a mí, sin expandirse y entrando directamente en mis fosas nasales. Supuse que era algo tóxico por el mal olor que éste desprendía y el cambio de color que presentaba.

Dejé escapar un grito de dolor y agonía, pero también de tristeza con un nudo en la garganta; ¿cómo podía ser que, aquella persona que me protegía más que nadie en el mundo, estuviera haciéndome sufrir como nunca nadie había llegado a imaginarlo? Comencé a llorar de manera descontrolada, no por lo que estaba inhalando, sino por el dolor que me causaba pensar en que él estaba haciéndome sufrir.

Como si el llanto fuera una especie de propulsor, sentía que mis pies se despegaban del suelo de a poco, hasta estar a flote con el cuerpo enteramente tenso. Me rendí. Luke era la última persona en el planeta con la cual quisiera pelear, aunque estuviera haciéndome daño como ahora, por el simple hecho de que yo no me lo perdonaría si llegara a hacerle un muy mínimo rasguño. Solté mis puños y me dispuse a quedarme quieta para esperar lo siguiente. La que supuse que sería mi última lágrima salió rodando por mi mejilla y solté un suspiro, mi final era lo que quería desde hace ya tiempo, no tenía mucho que perder.

Pero supe que viviría un día más cuando —por el rabillo del ojo— vi una silueta muy alta salir de entre la niebla y el fuego completamente ilesa y, para lo que estaba ocurriendo, me pareció verlo muy relajado. Tenía los ojos profundos y la mandíbula apretada, con su postura provocó que un escalofrío me recorriera entera. Mi hermano despegó sus ojos de mí y volteó para ver quién era su contrincante en aquel momento, haciendo que yo cayera de repente al asfalto. Cuando levanté la mirada me di cuenta de que había visto a aquel chico tiempo antes, pero no lograba reconocerlo hasta que sonrió de lado con una mirada desafiante; y, por tan ridículo que pareciera, me sentí un tanto aliviada cuando supe quién era.

CURSE | dan reynoldsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora