Prólogo

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Ya era de noche cuando Choi Minho llegó a casa con una bolsa de la tienda Louis Vuitton llena de ropa. Tenía motivos de peso para haberse gastado doscientos mil wons en una sola tarde; el público lo valoraba y, en los últimos días, las ovaciones que recibía cada vez que salía a escena eran mayores que las que le prodigaban a Kim Jiho. No se consideraba un hombre competitivo, hacía su trabajo lo mejor que sabía y se alegraba del éxito de los demás, pero Jiho era un hombre tan prepotente y envidioso, que Minho no podía evitar relamerse de gozo ante cualquier adversidad que tuviera su compañero.

La noche anterior, en el camerino del teatro, nada más terminar la función, Jiho se había quitado el maquillaje casi a zarpazos y no le había dirigido la palabra. Él sabía muy bien la razón: los elogios cada vez más frecuentes de la crítica iban destinados a él, mientras que Jiho, a pesar de que interpretaba al personaje principal de la obra, estaba quedando relegado a un segundo plano.

Al considerarse poco menos que una grandísima estrella a la que le habían salido los mejores papeles en los escenarios de Broadway en Estados Unidos -como solía repetir hasta la saciedad-, no soportaba que nadie resplandeciera más que él.

Minho se dirigió al dormitorio principal, dejó la bolsa sobre la cama y abrió la puerta del ropero para comenzar a colocar todas las prendas. Tarareaba una canción cuando oyó un sonido en la planta de abajo que interrumpió su canturreo. Afinó el oído por si el ruido volvía a repetirse pero todo estaba en silencio, así que prosiguió amoldando el traje rojo en la percha.

Pensaba estrenarlo en la fiesta posterior a la última representación, antes de que hicieran el merecido descanso vacacional para proseguir en septiembre.

El característico crujido que siempre emitía la madera del tercer escalón hizo que la percha estuviera a punto de caérsele al suelo. Soltó el traje sobre la cama y dirigió una mirada de alerta hacia la puerta del dormitorio. El escalón no crujía a menos que alguien lo pisara.

-¿Hay alguien ahí?

No obtuvo respuesta. Un escalofrío le erizó el vello de la nuca al sentir que ascendían por las escaleras. Ya no se produjo ningún crujido, pero sí un leve siseo, como de roce de ropas. Se dirigió con cautela hacia la puerta y asomó la cabeza al corredor, donde las luces estaban encendidas.

En el último peldaño, vestido con fúnebres ropas negras que resaltaban tétricamente en el fulgor blanco de las paredes y del suelo de mármol, había un hombre con la máscara de la comedia cubriéndole la cara.

Minho agrandó los ojos. ¿Qué era aquello? ¿Una broma de mal gusto que quería gastarle alguno de sus compañeros?

-¿Quién eres? -La voz apenas le salió mientras el intruso se acercaba. Los halógenos del techo hicieron brillar la máscara de color bronce, arrancándole un matiz siniestro a la amplia sonrisa que a Minho nunca le había parecido espeluznante. Hasta ahora. En la mano derecha el hombre llevaba una herramienta que parecía unas tenazas-. Esto no tiene ninguna gracia.

No le contestó, pero siguió con su avance imparable. Los oscuros agujeros superiores de la careta hacían sombra sobre unos ojos de color indeterminado fijos en él. Minho se mordió el labio inferior y aguardó nervioso junto al marco de la puerta, con la estúpida esperanza de que se identificara.

No sucedió. No se trataba de ninguna broma macabra. ¡Aquel tipo tenía la intención de hacerle daño! Un gemido angustiado vibró a través de sus labios y los músculos volvieron a responderle. Se encerró en el interior del dormitorio cuando ya lo tenía casi encima y echó a correr hacia el teléfono inalámbrico de la mesilla de noche. Las manos le temblaban al pulsar los números de la policía pero entendió que algo iba mal porque no le llegó el tono de llamada.

Runaway ✿KookTae✿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora