Capítulo 40

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Desde hacía rato permanecía en la misma posición, sentado sobre la cama de su habitación, con los antebrazos apoyados en las piernas y la mirada clavada en el suelo.

Cuando debía sentirse feliz por la espectacular acogida que Runaway había cosechado en su primera noche de estreno, él andaba torturándose con asuntos que no le permitían disfrutar al cien por cien del éxito.

Entre los dos, todo se había reducido a saludos cordiales que enmascaraban el dolor, a cruces de palabras vacías que se ceñían al entorno laboral, a miradas huidizas que reflejaban su profundo desaliento… Había soñado que él se alejaba de su vida para siempre y se había despertado empapado en sudor pese a que el clima de la habitación era frío al otro lado del edredón.

No soportaba la idea de perderlo.

Cuando pensaba en ello era como si alguien le apretara los pulmones hasta dejárselos sin aire. Nadie podía vivir sin oxígeno.

Se puso en pie y acudió junto a la puerta del balcón. Apoyó un brazo en el cristal y observó la fría mañana de Daegu. Tras varios días de densos nubarrones y chubascos, el sol surgía perezosamente en un cielo despejado que inundaba de color el paisaje adyacente al hotel. La ciudad despertaba bulliciosa. Los primeros madrugadores ya asomaban a la calle y los vehículos comenzaban a llenar las calzadas paralelas a las vías del tren. Daegu tenía una apariencia distinta esa mañana pero Jungkook tenía la sensación de estar contemplando un paisaje mustio y sin vida, como si contemplara una vieja fotografía en blanco y negro.

Su apreciación cambió cuando descubrió el gorro de lana de múltiples colores moverse entre los árboles de la avenida.

Taehyung cruzaba la calzada con las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo café y accedía al andén, donde el siguiente tren hacia el centro de la ciudad se disponía a salir de un momento a otro. Al verlo desaparecer en el interior del vagón el día volvió a oscurecerse, como si él acabara de llevarse la luz.

Le había dejado sin más opción que dejar pasar el tiempo pero él no estaba acostumbrado a verlo correr cruzado de brazos.

Miró el reloj de pulsera. Hoseok debía de estar a punto de llegar al hotel, ya que su avión aterrizaba a las ocho de la mañana, así que bajó al restaurante de la planta baja y escogió el desayuno del bufet.

Un buen rato después, pulverizó a Hoseok en el partido de squash, venciéndole con una ventaja de ocho puntos. Los dos eran buenos jugadores, unas veces ganaba él y otras Hoseok, pero ese día nada podía hacer su cuñado para equipararse a sus potentes golpes de raqueta. Canalizó toda la frustración en el juego. Apaleó la pelota como si quisiera destrozarla en mil pedazos contra la pared frontal. Con cada golpe parecía liberarse de una parte de esa energía corrosiva que se adueñaba de él, así que golpeó y golpeó con todas sus fuerzas, moviéndose con una agilidad imparable, sin darle tregua a su compañero.

Machacar a Hoseok le hizo sentirse un poco mejor.

Al terminar, su cuñado cayó rendido sobre la pista de juego y quedó extendido cuan largo era, sin aliento, sudando la gota gorda, rojo como un tomate.

Jungkook apoyó las manos en las rodillas y recuperó el aire.

—Mierda, ¿qué demonios les dan de desayunar en ese estúpido hotel? — preguntó al cabo de un rato, con el pecho todavía agitado—. ¿O acaso has tenido un mal despertar y has querido pagarlo conmigo?

Jungkook sonrió entre dientes y se acercó para tenderle una mano. Hoseok se la agarró y se puso en pie con su ayuda.

—Estoy en buena forma física, eso es todo. Tú, por el contrario… —Le dio unos golpecitos con la raqueta en la barriga, de camino al vestuario—. No veo ningún tipo de progreso. ¿No decías que Seoyeon iba a ponerlos a todos a dieta?

Runaway ✿KookTae✿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora