Capítulo 03

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Cuando hacía ya más de veinte minutos que estaba detenido en el mayor atasco de la historia de Seúl, un policía uniformado empezó a hacer señales a la descomunal hilera de coches para que tomaran el desvío que acababan de habilitar hacia la derecha.

-¡Mierda, ya era hora! -exclamó, con los nervios afilados como cuchillos.

En una de las múltiples ocasiones en las que salió del coche para ver qué demonios sucedía más adelante, un hombre que paseaba por la calle en dirección contraria, le estuvo informando sobre el siniestro. Por lo visto, una cañería subterránea había reventado unas cuantas calles más abajo, y la calzada se estaba inundando porque las alcantarillas no tragaban bien.

Encendió el motor y se puso en marcha.

Los coches que tenía por delante avanzaban tan despacio que tardó diez minutos en llegar a la bocacalle que habían señalizado con las correspondientes vallas y balizas.

Una vez allí el tráfico se aligeró y Jungkook buscó una nueva ruta que le llevara de vuelta a casa. No conocía muy bien el distrito de donde vivían Seoyeon, Hoseok y los niños, ya que siempre que los visitaba utilizaba la avenida más rápida.

Con el estado de ánimo más calmado el buen humor fue regresando poco a poco, sobre todo cuando le llegó a la nariz un olor dulzón a twinkies. Había acudido a casa de su hermana con un paquete de esos pastelitos, que eran los preferidos de sus sobrinos y, tras obtener el permiso de Seoyeon, Jiwoo y Junseo se lo habían arrancado de las manos. Eso sí, solo les dejó comer uno a cada uno porque la cena no tardaría en servirse.

Los niños ya se habían recuperado de la gripe y mostraban su comportamiento habitual. A su hermana le estaba costando un poco más reponerse.

Jungkook la ayudó en la cocina, ya que Hoseok estaba cerrando un trato de negocios y tardaría un poco más en llegar a casa. Le encantaban esos momentos familiares, así como el olor que siempre flotaba en el hogar de su hermana: a ceras escolares, a galletas de chocolate, a suavizante para la ropa y a los ricos guisos que tanto le gustaba preparar. Adoraba a Seoyeon y a los niños. Siempre que estaba con ellos le llenaban el corazón de una sensación muy cálida y hacían que la vida pareciera mucho más sencilla de lo que era.

Después, cuando se marchaba a su propia casa, todo volvía a su ser.

El olor a twinkies le hizo sonreír mientras dejaba atrás el edificio de una escuela. Le habían llenado el suéter de migajas, sobre todo la pequeña Jiwoo, que solo tenía tres años. Cada vez que iba a su casa, la niña abría desmesuradamente sus enormes ojos oscuros y luego echaba a correr para que Jungkook la alzara en brazos.

Seoyeon solía decirle que Jiwoo sentía debilidad por él. Siempre estaba preguntando que cuándo su «tito Kookie» les haría una visita.

En la fachada del edificio de su izquierda, un letrero de neón rojo con la forma de una copa refulgía en la noche.

Unas letras del mismo color anunciaban un lugar llamado Blacklist. Jungkook se detuvo ante un semáforo y observó el rótulo mientras trataba de recordar de qué le sonaba ese nombre. No lo había visto antes porque nunca tomaba esa ruta, pero la sensación de conocerlo era persistente. Hasta que... Una pegatina.

En el interior de la funda de una guitarra.

Cuyo dueño era el chico que había visto cantar hacía dos días en Yeouido Hangang.

Se dejó guiar por un impulso y salió de la calzada. Encontró aparcamiento en un hueco libre que había frente al edificio.

No sabía por qué estaba haciendo aquello pero seguro que le encontraría sentido una vez estuviera dentro. Se bajó del coche, se colocó el abrigo y traspasó las puertas del bar.

Runaway ✿KookTae✿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora