«La Academia Umbrella era un grupo que sabía destacar, por su aspecto, habilidades y demás. La número ocho, Erin Hagrevees, no. Su talento siempre fue volverse invisible»
Erin Hargreeves es una de los ocho.
Antes, la conocían como The Spy. Antes, e...
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Mamá está viva.
Entran corriendo a la casa, Diego cargando a Cinco, con Erin detrás, y Allison adelante llamando a Pogo.
Y luego, allí está. Su pelo rubio brillante y la sonrisa roja eternamente estirada en su expresión alegre.
—Con un pie delante del otro —afirma, cuando Diego pregunta: ¿Cómo?
Erin se siente aturdida mientras se mueven de un lado a otro, a la enfermería, buscando la camilla, preparando los implementos.
No por primera vez desde que volvió, desea estar en cualquier otro lugar.
No le gusta la enfermería, le trae recuerdos del tiempo que pasó ahí con las piernas rotas, luego de la muerte de Ben. Como lo único que hacía era mirar las paredes blancas y gritar hasta que su garganta se quebrara y perdiera la voz.
Así que, cuando tiene una oportunidad para alejarse, se escabulle rápidamente en sentido opuesto a la enfermería de su pesadillas.
Cinco va a estar bien, está en buenas manos y no la necesita, así que puede hacer lo mejor que sabe hacer: Huir.
Erin se encierra en el baño más cercano y se apoya en el lavabo, aferrando con fuerza las manos a los costados del mismo mientras intenta respirar profundo. Abre el grifo y frota sus manos hasta que están rojas y agrietadas, casi frenéticamente: No puede dejar de sentir la sangre en sus manos, no importa con cuánta agua las limpie.
Mira su reflejo en el espejo y le parece ver el rostro de Ben del otro lado.
Ben, y su sangre goteando en el piso mientras Erin nunca logra alcanzarlo.
—Carajo —murmura para sí misma, pasándose una mano por la cara—. Carajo, Erin, céntrate.
No por primera vez, se pregunta si no sería mejor dejar que todo simplemente acabara.
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—¿Cómo está? —Erin pregunta, afirmándose en el marco de la puerta junto a Diego y mirando al frente, donde mamá arropa al Cinco dormido y remendado como si fuera el niño pequeño que parece.
—Vivo —Diego se encoge de hombros—. Mamá lo arreglo.
—Ella siempre fue buena en eso —Erin asiente, su pelo azulado ahora suelto y rozándole las mejillas.
