«La Academia Umbrella era un grupo que sabía destacar, por su aspecto, habilidades y demás. La número ocho, Erin Hagrevees, no. Su talento siempre fue volverse invisible»
Erin Hargreeves es una de los ocho.
Antes, la conocían como The Spy. Antes, e...
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Es irónico el como pasas de detener a los ladrones de bancos a ser quien los roba, pero a Erin Hagrevees siempre le han gustado los nuevos desafíos.
Ella no pelea, se escabulle, sigilosa desaparece a plena vista. Antes era rápida, intrépida, vibrante. Ahora se contenta con hacerse invisible y deslizarse entre los guardias, robando tarjetas y códigos.
No roba dinero, así que realmente no está haciendo nada malo ¿no? Toma archivos, información confidencial, a veces algún reloj. ¿Por qué lo hace? Pues porque puede hacerlo, porque están allí y ella de alguna forma no puede evitarlo.
Se vuelve invisible. Entra y sale. Nadie la nota.
Con su cartera cargada de artilugios, Erin se autoconvence de que la vida es mejor cuando nadie te nota.
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Erin Hargreeves está muy lejos de casa cuando se entera de la muerte de su padre. Pasando un tiempo en Europa, para ser precisos.
A pesar de que le iría muy bien como ladrona, robar pequeños objetos inútiles no es nada más que un pasatiempo. En cambio, ella vende la información.
Cuando te haces invisible, eso es muy fácil. No por nada la llamaban "La Espía" cuando aún estaba en la academia umbrella.
En fin, ella está dando una carpeta a un cliente con información de una compañía rival de éste, sentada en una cafetería de Barcelona, cuando en la televisión frente a ella se reproduce la noticia.
El excéntrico y aventurero millonario Reginald Hargreeves ha muerto.
Su cliente le extiende el dinero y a ella casi se le olvida recibirlo, con la mirada pegada en la pantalla.
—Un placer hacer negocios con usted— le dice ella en español sin mirarlo realmente.
Él hombre de traje absurdamente costoso frunce el ceño.
—¿No escuchará sobre el siguiente trabajo, señorita?
Erin sacude la cabeza, como centrándose, y sonríe con elegancia como si no pasara nada.
—Oh no, señor, lo siento, pero debo irme a otra parte por un tiempo— se pone de pie y guarda el dinero en el bolso.
—¿Se irá? ¿A dónde?
—Casa, señor— responde ella, y ya no queda rastro de carisma o alegría en sus palabras, solo amargura del pasado—, vuelvo a casa.
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Cuando Pogo la llama, ella ya compró el boleto para volar esa misma noche. Habrá un funeral, por supuesto. Todos estarán allí.
Dios, la mente de Erin es un revoltijo en éste momento. No ha visto a sus hermanos hace ¿cuánto? ¿trece años?
Sin querer balancea torpemente sus piernas, como probando la resistencia de ellas, tal como lo hacía cuando era niña antes de iniciar una carrera. No ha pensado en el accidente que la estropeo en muchísimo tiempo, tal vez porque pensar en eso significa pensar en Ben, y no quiere hacer eso.
En un arrebato, ella se vuelve invisible, roba tintura de una tienda y se tiñe el pelo de azul.
Sonríe al mirarse en el espejo, tratando de no pensar en que en una hora tomará un avión hacia el lugar en donde juró no volver a poner un pie nunca más.
Ésto va a ser un desastre, pero al menos en su familia los desastres son dolorosamente divertidos.
Tal vez incluso puede convencer a Klaus de que le pinte las uñas, si es que no murió ya de sobredosis, obviamente.
Erin resopla. Pasa el resto de la espera invisible, robando bolígrafos de los bolsos de los extraños.
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¡Bienvenidos! Gracias por darle una oportunidad a Erin Hargreeves y a esta novela, ¡espero que la disfruten!
