«La Academia Umbrella era un grupo que sabía destacar, por su aspecto, habilidades y demás. La número ocho, Erin Hagrevees, no. Su talento siempre fue volverse invisible»
Erin Hargreeves es una de los ocho.
Antes, la conocían como The Spy. Antes, e...
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Todo es un poco confuso en éste lugar. Tranquilo, atemporal. Hay hielo bajo sus pies pero Erin no siente frío alguno. Es más como caminar sobre nubes iluminadas por esas luces que ella y Ben querían ver algún día, con las que fantaseaban conocer cuando eran niños: Auroras boreales.
El hielo cruje bajo los pies de Erin cuando da un paso, sus ojos fijos en las auroras boreales. Lleva un abrigo y botas, y su pelo azulado le cae suelto sobre las mejillas.
Está sola en éste lugar infierno, pero no se siente así. Pacífico. Agradable. Lo suficiente para que a Erin no le interese recordar lo que sucedió antes, lo que la trajo aquí. Todo eso se siente lejano, insignificantes. Aquí es agradable.
No hay dolor, se da cuenta. No siente frío. No hay pensamientos. No recuerda nada en lo absoluto, nada más que Erin, soy Erin.
Sonríe. Ríe. Es hermoso. Gira y sus botas patinan en el hielo. La brisa tiene la temperatura perfecta.
Aquí no hay más miedo, no más culpa ni arrepentimientos. Aquí no hay padres abusivos ni ladrones ni espías ni héroes ni monstruos. Solo ella.
Y entonces, mientras gira y ríe en ésta paz inconmensurable, una voz rompe el cálido silencio.
Una voz que conoce demasiado bien.
—Erin. —Ben jadea, de pie a tan solo un metro de distancia.
Erin nunca creyó en el cielo, pero si existiera, cree que éste sería el suyo. Que éste es el suyo.
Sus ojos azules se llenan de lágrimas.
—¿Ben? —pronuncia, su voz cargada de anhelo mientras algunas lágrimas se deslizan por sus mejillas—, ¿De verdad eres tú?
Apesar de que tenían diecisiete años la última vez que lo vió, todavía lo reconoce al instante. Su pelo tan intensamente negro, dónde era tan fácil enredar sus dedos. Sus ojos, tan profundos y honestos, como ventanas abiertas. La ropa negra. Erin está segura de que, así como se ve, es exactamente como sería ahora, si hubiera vivido para crecer.
Los dos corren el uno hacia el otro antes de Erin siquiera se de cuenta de lo que están haciendo sus piernas. Se funden en un abrazo que es como un soplo de aire fresco, como volver a respirar luego de haber estado conteniendo la respiración una vida entera.
Los brazos de Ben se sienten como el hogar.
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Diego es quien recoge a Erin del suelo, acunando la cabeza herida de su hermana contra su pecho, mientras sus ojos miran en todas direcciones con desesperación.
