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Me desperté por los babosos lamidos que Lolly depositó en mi frente.
Lolly es una perrita que Adler y yo rescatamos en unos de nuestros viajes por el país. Su audacia para robarnos la comida de la tienda de campaña que demoramos dos horas en armar fue lo que nos cautivó. Eso, o cómo se hacía la adorable después de orinar en nuestras almohadas. Las risas no faltaron, eso podría asegurarte.
Tantas aventuras viéndose eclipsadas en la actualidad. Como si de ahora en adelante no fueran más que recuerdos lejanos y ajenos a nuestra nueva realidad que jamás en la vida volverán a repetirse. Dolía ver nuestras paredes repletas de fotos que él mismo había tomado. O fotos de él en la cima de una montaña, manejando el primer auto que con su propio dinero compró, con la emoción y dicha de un niño.
Adler es una persona radiante. De esas que marcan la diferencia, de esas que dejan un gran vacío en una habitación cuando se van.
Eso era lo que más me causaba miedo. Que se fuera. Porque solía pensar que era mejor tenerlo que no tenerlo del todo. De la manera y condición que sea. No pensé en el sufrimiento que sería empezar a vivir de cero, después de una vida de lujos y plenos descubrimientos. Siempre pensé en lo agradecido que debería estar por haber sobrevivido. Aún si para él, eso no fuera vida.

Me levanté a tomar desayuno, nuestro hogar cada día se volvía menos hogar; más casa. Tan callada que ni las ánimas se dignarían a marcar su presencia. Nadie estaba con parlantes a todo dar haciendo ejercicio, o cantando una canción de los New kids on the block mientras  cocinaba, porque hasta en eso era mejor que yo. Comenzaba a extrañar el desagradable ruido del motor de la máquina de café por las mañanas, los detalles que jamás aprecié hasta ahora. Los detalles que me daban vida.
Sorprendentemente, el clima estaba más helado que nunca. Saqué un abrigo del armario, una bufanda y los mitones que hice en algún curso de tejeduría hace un par de años. ¿Dónde más podría dirigirme si no me dirigiera en estos momentos al hospital? Tenía el presentimiento que mis días serían básicamente esto: Despertar, comer, ir al hospital, volver; comer, dormir y repetir.

Entré al hospital e inmediatamente me dejaron ingresar como si fuera parte del VIP. Y es que en parte, realmente lo era. En el camino encontré unas flores hermosas y decidí comprar un florero en la esquina. Ver lo inerte del lugar me afligía aún más. En cuanto a Adler, a mí parecer, se veía exactamente igual que ayer.

— Buenos días, Adler. Mía aquí — me senté a su lado observando sus brazos y manos que parecían haber mejorado de aspecto. Tomé una de ellas y sin soltarla comencé a hablarle — ¿Listo para otra de las historias que usualmente te darían pereza? Qué ganas de que me hicieras callar — reí tomando su mano —. Yo te diría "Amor, es nuestro pasado. Tiempos felices que hemos vivido juntos." Tú, sabiamente me dirías: "Prefiero crear nuevos momentos contigo."
Hoy he decidido hablarte sobre nuestro primer y catastrófico beso.

La única vez en que todos los grados de la escuela se llevan bien y conviven a gusto es cuando hay festividades por el cuatro de julio, incluso Fuegos artificiales, fogatas, malvaviscos y muchas canciones. La diversión comenzaba cuando los profesores nos dejaban en paz. Cuando ya se les acababa la creatividad. Tal como en las novelas más clichés que leí en mi vida (que secretamente amaba):

Verdad o reto.

Claro que lo retaron a besarme. Sabían que yo le parecía algo interesante. Aún si era dos años menor. No dudaron en retarlo y qué más inquebrantable que el orgullo de un chico de secundaria. Pensaba que tus besos serían como los que Ben Affleck le daría a Jennifer López, o que sería tan romántico como el Titanic. Pero fue un desastre total,

Adler, nos hundimos con Jack Dawson.

Y por eso lo recuerdo con tanto afecto y gracia.                                                              
Todos estaban vitoreando nuestros nombres. Queríamos parecer expertos en el tema, sin nunca haberlo hecho antes. Así que te acercaste a mí, chocaste muy fuerte mi nariz logrando que cayeran mis lentes al piso. Entre risas, de nervios, quisiste ser caballero y te agachaste a recogerlos al mismo tiempo que yo me había agachado. El hematoma que me dejó el golpe en la frente parecía extraído directamente de un episodio de Tom y Jerry.
Avergonzados de ser el centro de atención en esos momentos, salimos corriendo.

Lo Feliz Que Soy A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora